El amigo americano
¿Tiene Estados Unidos cultura y sensibilidad jurídicas tan distintas de las europeas como para absolver tan lisa y llanamente de toda culpa al piloto que provocó la muerte de 20 esquiadores europeos por manejar su avión como lo hizo? ¿Como para ejecutar a dos alemanes condenados a muerte a pesar de las peticiones de clemencia del canciller germano y del Tribunal Internacional de Justicia? ¿Está por encima del Derecho Internacional? ¿Puede alguien evitar que Washington se sitúe fuera de la ley? El ministro de Exteriores alemán, Fischer, es contundente: "El Tribunal Internacional de La Haya tomó una decisión que obliga jurídicamente. Estados Unidos no acató esta decisión y obró en contra del Derecho Internacional. La indignación es patente en Alemania, e Italia se halla en pie de revuelta civil ("Italia lleva demasiado tiempo viviendo con una soberanía limitada", se acaba de afirmar). Las ejecuciones y la plena exculpación del piloto han provocado furor en gran parte de la opinión pública europea. No se olvide que, además, los esquiadores cuyas vidas fueron segadas por las alegrías acrobáticas de Richard Ashby, el piloto en cuestión, eran de siete nacionalidades.Clinton ha declarado que "Estados Unidos es responsable por esta terrible tragedia", pero el caso Ashby le deja en situación muy incómoda en lo que respecta a la decisión del tribunal militar. De igual manera quedó en evidencia en julio pasado, al rechazar sumarse al Tribunal Penal Internacional, creado por la mayoría de los Estados del planeta, lo que constituyó un serio precedente del alejamiento de Washington de las pautas imperantes en Derecho Internacional e impulsadas por Europa.
En los meses subsiguientes se produjo, dentro y fuera de Estados Unidos, un amplio debate sobre la posición de la Administración de Clinton, que en un principio impulsó el establecimiento del tribunal.
En síntesis, dicha posición consistía en que Washington -en su calidad de única superpotencia- era el encargado de mantener el orden mundial, tenía que asumirse que podría infringir el Derecho Internacional sin tener que responder ante ningún tribunal.
Tal planteamiento no sólo es extremadamente sui generis -implicaba que Estados Unidos apoyaría el naciente tribunal únicamente si quedaba al margen de su jurisdicción-, sino altamente revelador de las presiones del Pentágono, pues, como se recordó entonces hasta la saciedad, Clinton cambió de estrategia en muy poco tiempo y pasó de ser decidido defensor del tribunal a apartarse de él, ante la posibilidad de que militares norteamericanos pudieran en el futuro ser encausados por el mismo.
Resulta ciertamente absurdo y contra toda lógica -al menos contra toda lógica civil- que el lobby militar estadounidense se muestre más activo que nunca, justo cuando el fin de la guerra fría debería propiciar la disminución de su presencia en el mundo. Los hechos cantan: la Administración de Clinton ha propuesto para el próximo lustro un considerable aumento de los gastos de defensa y los republicanos exigen todavía más.
Y, sin embargo, parece que, según distintos analistas, la sociedad civil se aleja del Pentágono, que el número de aspirantes a soldados profesionales decrece. Tal vez por eso el Departamento de Defensa ha publicado un original anuncio en el que promete, a quienes presenten solicitud a partir del 5 de abril, un certificado según el cual "en reconocimiento de sus servicios durante la guerra fría (2 de septiembre de 1945 a 26 de diciembre de 1991) para promover la paz y la estabilidad de esta nación, el pueblo de esta nación le está eternamente agradecido".
Dice Flora Lewis que con ello se pretende movilizar de nuevo los impulsos patrióticos. Creo que muchos europeos preferiríamos tener como amigo americano al Woody Allen de Manhattan que al Charlton Heston directivo de la Asociación Nacional del Rifle.
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