El huracán político
El huracán Mitch levantó el techo de las casas de Posoltega y puso al descubierto la rivalidad entre el gubernamental Partido Liberal Constitucionalista (PLC) y el Frente Sandinista de Liberación Nacional. Las principales localidades afectadas por el huracán son gobernadas por sandinistas, y -vieja lección aprendida por el presidente Arnoldo Alemán- al enemigo ni el agua. El Gobierno decidió que la ayuda internacional no fuera gestionada por los poderes locales, sino por la Iglesia católica. Ese día empezó la guerra entre Alemán y Felícita Zeledón, la alcaldesa de Posoltega, el municipio que vio cómo 2.300 de sus vecinos quedaron enterrados bajo las laderas del volcán Casitas. Zelaya acusa todavía a Alemán de no haber respondido a las necesidades humanitarias de su municipio por razones políticas. Ayer, ambos acompañaron a Bill Clinton. Se temía que el presidente llevara a la zona lo que se conoce en Nicaragua como una portátil, es decir, un sistema de adhesiones móvil: autobuses de simpatizantes del PLC quienes, en unos minutos, se transforman en ciudadanos de cualquier pueblo encantados con la gestión del Gobierno. Lo cierto es que esa técnica ya ha sido utilizada por el presidente desde que en su primera visita a Posoltega, en los días posteriores al desastre, los vecinos le recibieron con insultos ante las cámaras de televisión.En Posoltega, en la comunidad El Porvenir, la que desapareció por completo, todo el mundo perdió algo y recibió nada a cambio. La propia vicealcaldesa, Mayra Guevara, vio cómo su marido y tres de sus cuatro hijos eran tragados por el lodo. Guevara cuenta cómo, además de la ayuda material, es necesaria "la ayuda moral". Eso es lo que les hace falta a los niños supervivientes de El Porvenir, ahora refugiados, junto a 133 familias, en el campamento La Virgen. "Sufre temblores. A cualquier ruido dice que viene el cerro", cuenta Trinidad Herrera al referirse a su hijo Juan, de seis años. Los niños de Posoltega no saben de partidos políticos. Tienen miedo.
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