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Las mujeres trágicas de Cameron llegan al MOMA

La fotógrafa, tía abuela de Virginia Wolf, capturó algunos de los rostros más representativos de la Inglaterra victoriana

En una de las exposiciones más antiguas que ha montado últimamente, el Museo de Arte Moderno de Nueva York (MOMA) ofrece en una sala hasta el próximo mes de mayo 57 fotografías de la no siempre comprendida Julia Margaret Cameron, pionera de ese arte que capturó algunos de los rostros más representativos de la Inglaterra victoriana. Esta exposición se limita a las mujeres que Cameron retrató, muchas de ellas anónimas, y otras, amigas y familiares, durante su tardía e insólita carrera profesional. El MOMA no dedica gran esfuerzo a justificar la modernidad de estos retratos, y se limita a dejar que hablen por sí mismos, asegurando, eso sí, que ya no puede ponerse en duda que Cameron es una de las grandes retratistas de todos los tiempos.Cameron, nacida en Calcuta en 1815, no tuvo una cámara en sus manos hasta los 48 años, cuando su hija le regaló una. Para entretenerse, pues su marido estaba siempre de viaje, empezó a utilizarla. Para entonces, ambos vivían ya en la isla de Wight, en Inglaterra, donde tardó poco en hacerse famosa con sus fotografías de Charles Darwin y del poeta Alfred Tennyson, entre otros. Sin embargo, por lo que Cameron pasó a la historia de la fotografía moderna, por lo que se ganó la admiración, por ejemplo, de Victor Hugo, fue por sus retratos de mujeres de aparente inexpresividad, que rompieron el molde de la belleza romántica victoriana en el camino hacia un tipo de modernidad desprovista de maquillajes.

Las mujeres de Cameron, que fue la tía abuela de Virginia Woolf, son a la vez impenetrables y delicadas; sus rasgos suelen ser marcados y musculosos, pese a que están recargados de esa obsesión romántica con la enfermedad y el padecimiento sublime, por no hablar de la muerte como poema. Aun así, muchas de estas mujeres parecen más cercanas a la fisonomía de finales del siglo XX que a la de finales del XIX. Todas ellas sin excepción tienen el mismo gesto en la cara: un gesto vacío muy ensayado, que puede llegar a provocar el sonrojo o el escepticismo en el espectador, pero que milagrosamente no queda desprovisto de matices.

En sus fotografías de mujeres, o bien dejaba a la cámara registrar lo que quisiera, sin trucos ni artificios, o bien montaba desconcertantes escenas basadas en temas artúricos, bíblicos o mitológicos, en cuyo caso los resultados eran bastante más flojos. De Cameron se ha criticado también a menudo, quizá por su aprendizaje tardío, el escaso nivel técnico de sus impresiones.

"Quería atrapar toda la belleza que había delante de mí", escribió en sus inicios, "y al fin ese ansia ha sido satisfecha. Empecé sin ningún conocimiento del arte". A la primera foto que le salió bien la tituló Mi primer éxito. Era de una niña a la que había pedido que no se moviera para no malgastar papel y líquido revelador. Luego, Tennyson y otros hablaron de lo duro que era someterse a las estrictas exigencias de la fotógrafa. Sus exposiciones duraban entre tres y siete minutos, y a menudo capturaban leves movimientos, luz cambiante y un extraño halo de vida alrededor de sus modelos impasibles.

En un retrato de 1872 titulado Pomona, Cameron retrató de forma arrebatadora la belleza de 20 años de edad que inspiró a Lewis Carroll a escribir Alicia en el país de las maravillas. Era una chica llamada en realidad Alice Pleasance Lidell, de una familia también cercana al círculo intelectual de Julia Cameron y su marido, un abogado llamado Charles Hay Cameron.

Sin embargo, algunas voces no han sido tan entusiastas ante esta selección de trabajos de la fotógrafa, muchos de los cuales no habían salido nunca de Gran Bretaña antes de que la presente exposición fuera organizada originalmente en el Art Institute de Chicago. Por ejemplo, Sarah Boxer, en The New York Times, casi ridiculiza la solemnidad pretenciosa de algunas de las fotos de Julia Cameron. Para ello pone como ejemplo un pasaje de una obra teatral de su sobrina nieta Virginia Woolf en el que una supuesta modelo de la fotógrafa narra en tono de burla sus emociones al posar como un autómata.

En el lujoso catálogo de la exposición, Phyllis Rose escribe que las burlas que hacía Woolf de su tía abuela eran sólo "cariñosas". La madre de Woolf y sobrina de Cameron, Julia Jackson, era la modelo favorita de la fotógrafa, y a ella se dedica una selección especial de imágenes que resultan ser las más tenebrosas (por lo oscuro) de toda la exposición.

Pero no las más inescrutables. En Madre María o El beso de la paz, las mujeres retratadas por Cameron alcanzan la máxima cercanía a la escultura: rostros petrificados de los que toda expresión humana ha sido misteriosa y trágicamente extirpada. Incorregible y excéntrica, ni siquiera la crítica de su tiempo trató bien a Julia Cameron, que murió en 1879, el mismo año en que nacieron Albert Einstein y Paul Klee, pero a la luz de lo moderno en un recinto como el MOMA, sus enormes retratos alcanzan una nueva dimensión.

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