De antes y de ahora
En el intervalo de 24 horas han actuado en Madrid dos cantantes alemanas de diferentes generaciones que simbolizan, en cierto modo, dos mundos vocales entre los que media un abismo. Hildegard Behrens, 62 años, que actuó ayer en el Teatro Real, es una cantante-actriz de las de antes. Interioriza los personajes desde la expresión, tiene una fuerza irresistible y encarna un universo desaparecido o en vías de desaparecer. Christiane Oelze, jovencita de Colonia muy solicitada por los principales maestros de la dirección actual, que dio un recital anteayer en el Teatro de la Zarzuela, es una de esas cantantes de ahora que Stefan Zucker llama cantantes-barbies, es decir, simpática, desenvuelta, con una técnica muy académica y una considerable falta de pegada y comunicatividad, al menos para algo tan complejo como un recital de lieder.Las dos dieron lo mejor de sí mismas en Richard Strauss. Behrens, con un monólogo de Elektra absolutamente sensacional, transformada por completo en su atormentado personaje, viviendo con intensidad al viejo estilo cada sílaba, cada acento, cada frase. La acompañó con pulcritud la Sinfónica de Madrid en su momento más entonado de la noche, después de haber hecho un Wagner lánguido y sin alma que provocó algún abucheo y el grito de un espectador mandándoles "a ensayar", y antes de la escena final de Salomé en que la orquesta, a demasiado volumen, mostró una total falta de diálogo con el mundo lírico de la cantante. El director americano Francis Travis, asustado tras el meneo de la primera parte, tardó en levantar a la orquesta para saludar al final, y cuando lo hizo se llevaron un fuerte correctivo de un considerable sector del público.
Recitales líricos de Hildegard Behrens y Christiane Oelze Hildegard Behrens (soprano)
Orquesta Sinfónica de Madrid. Director: Francis Travis. Obras de Wagner y Strauss. Teatro Real. Madrid, 23 de febrero. Christiane Oelze (soprano), Rudolf Jansen (piano). Obras de Hahn, Debussy, Wolf y Strauss. Fundación Caja Madrid. VI Ciclo de Lied. Teatro de la Zarzuela. Madrid, 22 de febrero.
Behrens hizo, en cualquier caso, una composición de alta escuela de los personajes de Salomé y Brunilda en sus respectivas escenas, y pasó más inadvertida en la muerte de Isolda, plato fuerte con el que empezó el recital sin tiempo para calentar la voz. Su actuación fue en conjunto sobresaliente y provocó la añoranza de una forma de canto trágica y dramática con la emoción teatral como argumento irrevocable. Lo que sorprende, además, de la veterana soprano alemana es la altísima intensidad, el clima de alta tensión, que crea en cada una de sus intervenciones. Behrens, que utilizó un atuendo diferente para cada uno de los personajes que puso en escena, se la juega en cada momento con una entrega y un arrebato colosales.
Oelze desarrolló, asimismo, un buen Strauss, especialmente en Monotonía y Amable visión, títulos de dos canciones que casi definen el espíritu de su recital. Bien es verdad que la monotonía (einerlei) se acompaña en el texto con las variedades (mancherlei) que ésta posee. El programa del recital era ambicioso, con una primera parte en torno a textos de Paul Verlaine, puestos en música por Reynaldo Hahn y Claude Debussy, resueltos con corrección, languidez y, si me apuran, uniformidad. Su Wolf careció de incisividad y su Strauss, como decíamos, tuvo un sutil encanto por sus veladuras, evanescencias y un cierto color decadente, muy apropiado al compositor. En las propinas -Granados y Turina-, su atrevimiento y sosería provocaron un efecto gracioso y hasta atractivo, aunque el estilo fuese muy discutible.
Behrens pasó por Madrid como un huracán; Oelze, como una santita. La distancia que las separa es abismal y evidencia el cambio profundo en la forma de entender el canto que se está produciendo en la actualidad. Éxito enorme de Behrens, discreto de Oelze y constatación de que Wagner no le trae suerte a la Sinfónica de Madrid.
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