Cuba
Lo contaba ayer Mauricio Vicent en estas páginas: la nueva Ley de Protección de la Independencia Nacional y la Economía de Cuba (eufemismo para ocultar lo que anuncia de nueva represión, de más censura) promete castigar con penas de hasta 30 años de cárcel la disidencia y la información independiente. Y yo pensé en el propio Mauricio. ¿Se considerarán sus crónicas anticubanas, y pasará este diario, a ojos de la autoridad de la isla, por un peligroso nido de espías pronorteamericanos? ¿Qué será del corresponsal de L'Osservatore Romano, si es que existe? Supongo que Y Dios entró en La Habana, el libro de Manuel Vázquez Montalbán que no oculta las sombras del régimen de Castro, le supondrá a su autor una calificación, al menos, de persona no grata. ¿Qué será de los periodistas que acompañen al Rey en su próxima visita y que pretendan obtener información veraz, aparte de la propaganda oficial?Y, sobre todo, ¿qué será de los cubanos? Fidel les ha traído al Papa y les ha devuelto la religión católica, y la Pascua y la Navidad; y una cierta economía de mercado (no todos se enriquecerán: como en el capitalismo, a ver); y las putas, claro. Con el mantenimiento de los mecanismos para ahogar la libertad, Castro demuestra haber aprendido la lección china: tanto escándalo con Tiananmen para acabar haciendo negocios con ellos. Qué invento tan diabólico: lo peor de cada mundo.
Carlos Lage pasó por España y repartió esperanza entre nuestros negociantes. Pero la apertura económica y los derrames papales sólo sirven para que se afiance el sistema, para que Fidel Castro renueve sus astucias y para que su corte, en la que parece que no hay nadie capaz de plantarle cara, le secunde. Hay que sentirlo, sentirlo muchísimo, porque los cubanos merecen vivir en libertad sin perder dignidad alguna. Que es lo contrario de lo que está sucediendo.
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