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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Cuenta atrás

A cinco días de que venza en teoría el plazo occidental a serbios y albanokosovares para que lleguen a un compromiso, el despliegue inmediato de una fuerza de la OTAN en Serbia se ha convertido en el caballo de batalla entre los dos bandos. El ejercicio de desesperación diplomática montado en Rambouillet ha consumido su primera semana sin resultados. Tanto es así que Washington y sus aliados en el Grupo de Contacto han utilizado el domingo para recordar a unos y otros que el reloj de la amenaza armada sigue marcando las horas. La Unión Europea acaba de ofrecer el estímulo de 85.000 millones de pesetas en los próximos tres años para reconstruir Kosovo y acomodar a sus decenas de miles de refugiados; pero, aparentemente, no es suficiente cebo.Ni los independentistas albanokosovares pueden vencer militarmente a las tropas serbias, ni Milosevic puede derrotar a una insurrección con fuerte apoyo popular. La obviedad de estas proposiciones debería ser suficiente para hacer prevalecer el sentido común en París. Pero el odio acumulado es colosal y, a diferencia de la paz alcanzada en Dayton para Bosnia, ni serbios ni albaneses están todavía agotados por la guerra. Los dos puntos cruciales del plan estadounidense, que prevé en la práctica hacer de la todavía técnicamente provincia serbia un protectorado internacional durante tres años, son la autodeterminación de Kosovo y el despliegue de la OTAN para garantizar el posible compromiso. Respecto del primero, y pese a lo que airean sus medios propagandísticos, Belgrado parece haber asumido lo inevitable: que a medio plazo serán los kosovares quienes dirijan sus propios destinos, sea cual fuere su estatuto final.

Sobre el segundo escollo -por inmediato, mucho más indigerible y humillante-, Milosevic y los suyos, con el inestimable quintacolumnismo ruso dentro del Grupo de Contacto, proclaman que nunca permitirán la presencia de la OTAN en su suelo. Kosovo es el fantasma invitado a los fastos de abril de la Alianza Atlántica: su cincuentenario, con la presencia de tres flamantes miembros ex comunistas y el anuncio de un Nuevo Concepto Estratégico. Mantener la maltrecha credibilidad de la OTAN hace imperativo haber impuesto antes un acuerdo entre serbios y albaneses. Pero también asegurar su cumplimiento. Un pacto sobre Kosovo sin la garantía de una contundente presencia armada internacional sería papel mojado. La experiencia en este sentido con el dictador serbio es abrumadora. Porque Europa se juega mucho en Kosovo, EE UU y sus aliados deben dejar bien clara su disposición, llegado el caso, de utilizar el último y sobreanunciado recurso a la fuerza.

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