Primakov prepara su asalto al poder en Rusia
Aunque llegó sin ambiciones, el primer ministro ya ha tejido su plataforma hacia el Kremlin
Apenas cinco meses ha durado la paz política que trajo a Rusia en septiembre el nombramiento de Yevgueni Primakov como primer ministro. Con este ex jefe de espías y ex ministro de Exteriores convertido en potencial aspirante a la sucesión de Borís Yeltsin, la lucha por el poder se ha hecho aún más agria. Primakov fue el candidato de consenso que la Duma aceptó porque, supuestamente, a sus 69 años (uno más que Yeltsin), no tenía otras ambiciones. Se dijo que el día antes casi suplicó al presidente que le dejase en el ministerio y no le complicase la vida. Pero algo debe tener el poder cuando nadie quiere soltarlo y los recién llegados se aficionan tanto a él que ninguna dosis les parece suficiente. Así, aunque Primakov siga insistiendo en que no aspira a la presidencia, hay un hecho indiscutible: que se está formando en torno suyo una plataforma cuyo único objetivo lógico parece el Kremlin.
Rusia necesita estabilidad política. El país estaba antes del verano al borde de un abismo en el que se hundió el 17 de agosto. Desde entonces, ha dado algún salto desde el fondo que apenas si le ha colocado un poco más arriba del nivel de la catástrofe.
El Estado sigue en bancarrota, los ahorradores no pueden recuperar sus depósitos, la economía sigue cayendo en picado, los precios se disparan, los sueldos se congelan y millones de trabajadores no cobran sus atrasos.
Primakov no ha resuelto estos problemas, aunque ha colocado parches en algunos de ellos, pero, al menos, de manera un tanto mágica y misteriosa, logró durante más de cuatro meses que el tantas veces agitado panorama político se convirtiese en una balsa de aceite. Por eso, su propuesta de pacto de estabilidad política ante las próximas citas electorales (legislativas de diciembre y presidenciales de junio-julio del 2000) debería haber caído en terreno abonado. No fue así porque desde el Parlamento y el Kremlin se entendió que se trataba en realidad de un plan para que el propio jefe del Gobierno preparase su lanzamiento. Primakov pretendía que ni el Parlamento ni el líder del Kremlin pudieran deshacerse de él, ya fuese por la vía de la destitución pura y simple o por la del voto de censura. El caramelo a Yeltsin era la garantía de que se daría carpetazo al proceso de destitución en la Duma. El plan se vino abajo porque el Parlamento no tenía nada que ganar y porque Yeltsin no quiso limitar sus poderes casi absolutos.
La propuesta alternativa de Primakov no llega tan lejos como la original, y consiste en que el presidente no le pueda destituir sin consultar antes con el Parlamento. El miércoles, los diversos grupos de la Duma dieron un sí de principio que probablemente termine diluyéndose.
Cuando menos, Primakov ha demostrado que también sabe luchar, con las artes aprendidas en sus largos años de periodista, espía y diplomático. Quien lo está comprobando en sus propias carnes es el magnate Borís Berezovski, cabeza del grupo de oligarcas. Berezovski contribuyó a pegar la patada en agosto a Serguéi Kiriyenko y pretendía recuperar a Víktor Chernomirdin para relevarle. El rechazo de la Duma terminó convirtiendo a Primakov en primer ministro. Hubo una tregua y, casi sin transición, el magnate encabezó la ofensiva contra el nuevo jefe de Gobierno.
El contraataque de Primakov ha puesto contra las cuerdas a Berezovski. Las oficinas de varias de sus empresas han sido registradas en busca de pruebas de que ordenó pinchar los teléfonos de Yeltsin y su familia. Berezovski aún no ha perdido ni la guerra ni su influencia, pero su enemigo es de cuidado. Entre un Maquiavelo experto en la manipulación y un superespía que se sabe todos los trucos, el combate puede resultar apasionante. Quien gane, seguramente lo hará por KO.
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