Arrolladora Lipovsek
Con suavidad entonó Marjana Lipovsek su primera frase, "Con che soavità", perteneciente a un madrigal del VII Libro de Monteverdi; con una fuerza irresistible desgranó el ciclo Cantos y danzas de la muerte, de Mussorgski, que ponía el punto final a un programa sin concesiones, lleno de exigencias. La pequeña historia del recital fue la historia de una ascensión a los límites de la expresividad. La arrolladora personalidad que Lipovsek vuelca en el canto puede deslumbrar, e incluso ser discutida desde un enfoque pegado a la tradición liederista de sumisión al texto. Pero Lipovsek: emociona. Con ella, únicamente la indiferencia está fuera de lugar.
Lipovsek es una cantante que se acerca al mundo del lied desde una dimensión operística, teatral. No es por ello ninguna casualidad que Monteverdi, Alban Berg o Mussorgski figurasen en un lugar destacado de su programa. Son importantísimos autores de ópera, que dan preferencia a la transmisión de los sentimientos. Lipovsek conoce muy bien estos mecanismos y sabe que es muy difícil resistirse a un volcán en erupción. Controló perfectamente la dosificación y su recital fue a más en cada bloque: Mahler más intenso que Monteverdi; Berg, más matizado que Mahler; Mussorgsk; más desgarrado y emotivo que los anteriores.
Marjana Lipovsek
30, en Suristán (Cruz, 7, metro Sol), 1.000 pesetas. José Carmona y Lola Mayo, a las 22.30, en Casa Patas (Cañizares, 10, metro Antón Martín), 2.000 pesetas.
Recital de Marjana Lipovsek (mezzosoprano)
Anthony Spiri (piano). Obras de Monteverdi, Mahler, Berg, Mussorgski y Ciclo de Lied. Fundación Cajamadrid. Teatro de la Zarzuela. Madrid, 8 de febrero de 1999.
Octavia y la nodriza
Se desdobló teatralmente en Octavia y la nodriza de La Coronación de Popea. Se echó de menos un grupo instrumental al estilo del Concertus Musicus de Harnoncourt con el que ya vino a Madrid para cantar Gesualdo y Monteverdi. El pianista Anthony Spiri —espléndido de principio a fin del recital— no tenía la culpa de la búsqueda de un color sinfónico-instrumental que la cantante imponía a sus lamentos escénicos, dejando aquí y allá frases flotantes para la turbación. Mahler fue otra cosa, aunque bastante lejana del Mahler con orquesta que ella acostumbra a hacer. Fue un Mahler bien construido, bien contrastado —con un magnífico Urlicht como culminación—, irregular, con recursos técnicos, pero sin llegar a un estado de sacudida emocional.
Con estas reservas —mínimas, claro, tratándose de quien se trata— llegamos a los siete lieder de juventud de Alban Berg. Aquí tocamos la gloria. Lipovsek no los planteó con el dramatismo con que los desarrolla una Jessye N por ejemplo, si no que sacó a la luz el carácter voluptuoso, evanescente, velado, sensual y hasta mórbido de la música de Berg para envolvemos en un viaje sin posibilidad de retorno, un viaje que alcanzó con los Cantos y danzas de la muerte, de Mussorgski, una energía, una penetración en el alma rusa y una emoción fulminantes.
Babelia
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