El testamento del monarca
Los últimos esfuerzos de Hussein se centraron en asegurar su sucesión y el proceso de paz en Oriente Próximo
La muerte no le ha sobrevenido de un tiro como a su admirado abuelo Abdalá, pero el rey Hussein ha fallecido al pie del cañón como un soldado. Hasta el último momento de su lucha contra la enfermedad -ese cáncer que, aseguró, no le había asustado-, el monarca jordano ha controlado las riendas de su reino y mantenido su compromiso personal con el proceso de paz en Oriente Próximo. En un gesto cuyas razones últimas tal vez nunca lleguen a conocerse del todo, el soberano regresó a Ammán el pasado enero para cambiar la sucesión en el trono hachemí. El repentino nombramiento de su primogénito, Abdalá, como príncipe heredero en substitución de su hermano Hassan, causó cierta perplejidad. ¿Qué hubo detrás de esa decisión no menos sorprendente por mil veces rumoreada? La respuesta, hasta donde se conoce, se halla contenida en la carta que Hussein envió a Hassan explicándole las razones de su caída en desgracia y de la elección de un nuevo sucesor. El texto manuscrito, una suerte de testamento político que constituye el último mensaje público del rey, evidencia, según quienes han visto el original, el enorme esfuerzo de redacción realizado por Hussein, cuya letra va empequeñeciéndose a lo largo de los seis folios que llenó. "No estábamos de acuerdo, y seguimos sin estarlo, en lo relativo a tu sucesión. Has rechazado categóricamente todas mis propuestas y afirmado que, cuando llegaras a rey, elegirías tú mismo a tu sucesor", espetó el monarca a su hermano.
La sucesión constituía desde hace algunos años motivo de fricción dentro de la familia real jordana y el debate había traspasado los muros de palacio. La rivalidad entre la actual esposa de Hussein, la reina Noor, y la de Hassan, la princesa Sarvath, era motivo de cotilleo tanto en los salones de las grandes casas de Ammán como en los mentideros políticos de la capital jordana. Ambas, aseguraban los entendidos, aspiraban a que algún día sus respectivos primogénitos, Hamzeh, de 18 años, y Rachid, de 19, alcanzarán el trono.
Hussein confirmó en su carta la intriga palaciega. "Mi familia próxima ha sido ofendida por tus calumnias y tus mentiras, y me refiero a mi esposa y a mis hijos. (...) No he logrado durante todos estos años convenceros, a tu familia y a ti, de que dejarais de incitar a los medios de comunicación para que se concentraran en las personas".
La reciente difusión por una televisión árabe de que Sarvath había cambiado la decoración de algunas estancias de palacio durante la hospitalización del rey, resultó ser una menudencia en una querella doméstica de más enjundia. Ahora bien, numerosos analistas cuestionan otros puntos del texto del monarca, como cuando da a entender el riesgo de un golpe de Estado.
"He tenido que intervenir desde mi cama del hospital para impedir tus ingerencias en los asuntos del Ejército, en lo que parecía como un intento por tu parte de ser quien toma las decisiones, al jubilar a altos oficiales cuya valía, lealtad y brillantes hojas de servicio no permitían duda alguna", acusó Hussein a Hassan, en lo que algunos observadores han visto como un intento de justificar políticamente su toma de postura. Para quienes así opinan, la carta del rey ignoraba la lealtad del hasta entonces sucesor designado, quien había servido con paciencia y dignidad como heredero durante 34 años. Algunos periódicos israelíes e incluso árabes han visto la mano de EEUU detrás de la decisión de Hussein.
La versión que atribuyen el cambio a la inclinación del soberano hacia los deseos de la reina, apuntaba estos días que Abdalá prometió a su padre nombrar sucesor a su hermanastro Hamzeh. A pesar de tener un hijo de cuatro años -de nombre Hussein como su abuelo ahora desaparecido-, el nuevo rey designó ayer mismo príncipe heredero al primogénito de Noor.
Sea como fuere, razones poderosas debieron mover al monarca, superviviente de tantas intrigas políticas e intentos de asesinato para hacer ese último esfuerzo vital. Un día después de la investidura de Abdalá, una grave recaída obligó a su traslado urgente a la clínica estadounidense donde trataba su cáncer. No volvería consciente a Jordania, pero ya había cambiado la historia de su país.
Pocos meses antes, ya mermado por la enfermedad, el paso inseguro y el rostro demacrado, rubricó con su impronta personal su compromiso con el proceso de paz en Oriente Próximo. Tras varios días de infructuosas conversaciones israelo-palestinas con la mediación de Estados Unidos en una hacienda situada a una hora de Washington, el presidente Bill Clinton recabó su ayuda. Hussein abandonó el hospital, acudió a Wye Plantation y logró desbloquear la situación. La firma de los acuerdos que llevan el nombre de ese lugar el 23 de octubre del año pasado se convirtió entonces en una despedida política al estadista jordano. La ovación que le dispensaron los presentes fue sobre todo de reconocimiento a su papel en la estabilidad de la región.
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