La arrogancia del BCE
El ministro de Finanzas alemán, Oskar Lafontaine (que visitará España y presentará su libro sobre la globalizción), ha vuelto a pedir al Banco Central Europeo (BCE) que baje los tipos de interés para estimular la demanda, ante el enfriamiento de la economía alemana. Se desconoce si se volverán a oír tan altos los gritos de "interferencia política, interferencia política" que el presidente de la autoridad monetaria europea, Wim Duisenberg, y otros banqueros centrales lanzaron hace unas semanas, irritados, cuando Lafontaine demandó lo mismo que ahora: tipos de interés más bajos para alegrar la coyuntura.La petición de Lafontaine suponía, según quienes se manifestaron en su contra, una violación de la independencia estatutaria del BCE. En el primer informe de coyuntura del banco, hecho público el pasado día 19, se alude a ello: "Un banco central carente de independencia es susceptible de recibir presiones a corto plazo que pueden ser perjudiciales para el mantenimiento de la estabilidad de los precios".
La principal sorpresa de ese extremado celo herido se produce al leer el contenido del informe del BCE, pues, para empezar, en él se exige a los gobiernos europeos una reforma de los mercados laborales ante la excesiva rigidez de los mismos. ¿Cómo calificar esta opinión del BCE sobre una política económica que, según sus estatutos, no le atañe? ¿Interferencia financiera? ¿Cómo interpretar esta doble vara de medir de una autoridad monetaria tan recelosa de sus objetivos y tan laxa con los de los demás?
El informe señala que "existen numerosas pruebas de que el área del euro tiene que hacer frente a muchos desafíos estructurales, entre los que destaca el problema que plantea el elevado nivel de paro". Este problema es causado por "la existencia de rigideces en los mercados de bienes y trabajo que son el resultado, en parte, de una regulación excesiva o inadecuada". Ante ello reclama paliar estas rigideces no de cualquier modo, sino de forma eficaz: "El intento de reducir el desempleo por medio de una política monetaria inflacionista sería, en último término, contraproducente, ya que tal política sólo conduciría a minar la estabilidad de precios a medio plazo, que es la base de un crecimiento duradero y sostenible del empleo". La independencia del BCE y los contenidos de su acción ha suministrado munición para algunos debates, aún no cerrados. El economista francés Jean Paul Fitoussi ha llamado la atención sobre la multiplicación en nuestras sociedades de instituciones ademocráticas, es decir, independientes de los podereres políticos, como modo de restringir el ámbito de intervención de los gobiernos. Y se hace eco de una interpretación según la cual la existencia de estas instituciones ademocráticas procede del recelo de los tecnócratas ante la soberanía del pueblo y la voluntad de protegerse de la democracia.
Por otra parte, el premio Nobel Franco Modigliani ha escrito un artículo con el profesor La Malfa en el que ponen en cuestión el grado de independencia del BCE en el camino del euro, y defienden la revisión de sus estatutos en lo relativo al objetivo del "mantenimiento y estabilidad de los precios" y al hecho de que el BCE no puede "solicitar ni aceptar instrucciones de las instituciones o los organismos comunitarios, ni de los gobiernos de los Estados miembros, ni de ningún otro organismo". La polémica está servida. Sobre todo si las interferencias se dan en el sentido contrario al que se denuncian.
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