_
_
_
_
Reportaje:

Albania, de la pesadilla a la frustración

El país más pobre de Europa no logra liberarse de las tristes herencias del estalinismo

ENVIADO ESPECIAL"Pierda cuidado, el chófer que le ponemos tiene hasta carnet de conducir". No todas las frases de recepción en la Albania de este fin de siglo son tan tranquilizadoras. "No alquile un coche, que se lo roban. No salga de la ciudad sin escolta, que le asaltan. No se le ocurra pasearse de noche por ahí, que puede ocurrirle una desgracia". Hace tan sólo 10 años, el Estado lo era todo en el último país estalinista del mundo. No había automóviles particulares, las fábricas estaban militarizadas, las fronteras cerradas y quien protestara por algo, por las privaciones, desaparecía en una compañía de trabajos forzosos. Entonces, el Estado lo era todo. Hoy no existe, a nada que se aleje uno del centro de Tirana, donde en torno a los edificios oficiales la Policía y el Ejército mantienen mal que bien el orden. Ya en los barrios periféricos de la capital, sumidos en la oscuridad y en el barro y la basura de sus calles sin asfaltar, nadie puede garantizar la seguridad de nadie, vecinos, comerciantes o visitantes. Las bandas de extorsionadores se disputan a tiros sus zonas de influencia y las mafias de traficantes de drogas, de artículos robados en el extranjero o de emigrantes hacia Occidente, especialmente hacia Italia, dominan pueblos, puertos adriáticos y hasta ciudades grandes como Shkodra.

Más información
"Hay veces que el uso de la fuerza es la solución más civilizada de todas"

Todos ellos son conscientes de su fuerza. El jueves pasado, en una operación conjunta, carabineros italianos y policías albaneses capturaron a seis miembros de una organización que está inundando el litoral oriental italiano de inmigrantes ilegales albaneses y kurdos. Les fueron confiscadas varias de las lanchas que, con dos poderosos motores cada una, cruzan el Adriático en apenas una hora y escapan con facilidad a las patrulleras guardacostas italianas. Al día siguiente, miembros de la organización secuestraron al comisario jefe de la operación y exigieron que les fueran devueltas sus lanchas. Con éxito. El domingo ya habían vuelto a su lucrativo negocio.

Cuando la miseria es tan profunda como en este país, el más pobre de Europa, el orden sólo lo puede garantizar la disciplina, el terror o ambos juntos. Han sido muchas generaciones a las que nadie ha pedido nunca responsabilidad. Se exigía obediencia ciega y nada más. Con gran ingenuidad, violenta, a veces brutal, muchos albaneses creen que ha llegado el momento de hacer todo lo posible por hacerse con todo lo que puedan. Poseer es el primer mandamiento en este país de desposeídos. El segundo, para gran parte de ellos, es emigrar. Sólo en sociedades tan ingenuas y ayunas de información como ésta es posible que la población entera caiga en trampas tan transparentes como las pirámides de inversión que llevaron a casi todo el país a invertir en ellas sus ahorros. Y su colapso hace tres años estuvo a punto de llevar a los albaneses a la guerra civil. El trauma del final de aquella gran fantasía del dinero fácil hizo caer al Gobierno de Sali Berisha, un médico líder del Partido Democrático que, durante su presidencia adoptó, muy rápidamente los métodos de sus antecesores comunistas para reprimir a la oposición y dejar manos libres a sus familiares, amigos y correligionarios para amasar grandes fortunas.

Con su caída tuvo que dejar en libertad al encarcelado líder socialista Fatos Nano, quien, después de las elecciones, pasó a dirigir el país. En septiembre pasado, Berisha intentó de nuevo hacerse con el poder, esta vez por las bravas, con un fracasado asalto armado a las instituciones, después de acusar al Gobierno de asesinar a uno de sus lugartenientes. Aquello fracasó, aunque sí trajo consigo la dimisión de Fatos Nano. Hoy, con el primer ministro socialista, Pandeli Majko, hay sin duda mayores dosis de buena voluntad y honradez en la cúpula del Estado. Pero esto es a todas luces insuficiente.

Porque no hay mayores cambios, al menos en lo que a la solución de los gravísimos problemas se refiere. En realidad, los cuadros con que cuentan ambos partidos sólo se diferencian entre sí por los grupos a los que son leales, y todos proceden de aquella inmensa máquina de apparátchiki obedientes que era el Partido del Trabajo de Enver Hoxha. La pequeña burguesía albanesa de antes de la guerra fue exterminada en su práctica totalidad durante la dictadura. Los individuos con iniciativa y formación para marcar una diferencia han resignado en gran parte y han emigrado al extranjero. O se dedican a expoliar sistemáticamente al Estado y a utilizar la debilidad de las instituciones para amasar grandes fortunas con negocios semilegales o abiertamente criminales. Y gastan el dinero fácil en una cotidiana ostentación de coches, teléfonos móviles, joyas e invitaciones opulentas.

La guerra de Kosovo ayuda mucho en este sentido, especialmente a las mafias del norte, de la tribu de los gegs, a la que pertenece Berisha, al igual que los albaneses kosovares. Más aún que en la retaguardia de otras guerras actúan las bandas armadas, que, so pretexto de la lucha patriótica, funcionan como ejércitos privados financiados por la extorsión, las redes de tráfico de emigrantes, de drogas y de artículos, especialmente automóviles, robados en Occidente.

Los tosks, el grupo étnico del sur, mayoritario en Tirana, tiene fama de ser más pacífico. Pero en cuestiones de supervivencia, legal o ilegal, pone el mismo empeño que sus hermanos del norte. Si la policía albanesa tuviera tiempo y autoridad para controlar los números de motor de los miles de Mercedes y Volvos que circulan por el país, es más que probable que les encontraran dueño en alguna ciudad alemana, francesa, italiana o española.

En la Administración la corrupción se presupone, como el valor al soldado. Y la población común subsiste, nadie sabe cómo, en medio de la desesperanza, con ansias de huir a algún paraíso occidental

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_