Elogio de la mentira
Nicolás Evreinoff, o Evreinov, fue autor y teórico del teatro ruso a principios de siglo; su Comedia de la felicidad -que llegó a España pronto- tuvo una enorme influencia. Esta obra y algunas otras de Alejandro Casona nacen de esa influencia; es la misma línea de la que salieron José López Rubio, Joaquín Calvo Sotelo, Víctor Ruiz Iriarte y muchos otros. Se llamó "teatro de evasión", estaba dentro de la escuela de la "teatralización del teatro", que se llevó mediante una filosofía de lo imposible a la teatralización de la vida. "La vida, comedia es", había dicho ya el clásico español -Evreinoff adaptó en Moscú clásicos españoles-; todo el mundo ha podido ver esas comedias o películas en las cuales los personajes fingen que son otros, se disfrazan o se hacen pasar por otros, y llegan a un final feliz. En Los arboles... se arranca ya con personajes convertidos en otros, practicando la "transfiguración del yo" y, tras ese prólogo, se entra en el drama: la abuela enferma del corazón (Amparo Rivelles) añora al nieto sinvergüenza, delincuente, miserable, y el abuelo finge para ella unas cartas atribuidas al nieto: cariñosas, entusiastas, felices. La farsa arranca: un hombre y una mujer se hacen pasar por el nieto feliz y su adorable esposa, y la abuela se siente rejuvenecer. Pero aparece el verdadero nieto, traidor de melodrama, para hacer chantaje: es la misma anciana señora la que advierte lo que pasa, la que elige la realidad falsa del buen nieto ficticio y rechaza al mal nieto verdadero; ella prefiere morir en pie, como los árboles; la joven pareja comediante se casa, la fortuna se salva y el telón baja lentamente, dos horas y media después de haberse levantado. El tiempo justo para que en la época en que fue escrita la obra, hace cincuenta años, se pudiera desarrollar lentamente la exposición, el nudo y el desenlace, y enhebrar largos y cuidados diálogos con frases bellas. Ahora, agobia.
Los árboles mueren de pie
Autor: Alejandro Casona (1949). Intérpretes: Amparo Rivelles, Víctor Valverde, Amparo Pamplona, Francisco Piquer, Empar Ferrer, Pilar San José, Carlos Álvarez, Jorge Seoane, Tomás Sáez, Carlos Manuel Díaz. Figurines: León Revuelta. Escenografía: Alfonso Barajas. Dirección: Gerardo Malla. Teatro Alcázar.
Vanguardia
Suele decirse, injustamente, que son problemas del teatro antiguo, que los años pasados pesan demasiado. Injustamente: en esa época, y anteriores, se escribieron obras de teatro que, representadas hoy, no molestan nada. Lorca o Valle-Inclán o Jardiel: cito estos tres autores porque, con el mismo Casona, formaban el grupo de vanguardia del teatro de la República -Jardiel, a su pesar: fue monárquico y franquista-; Alejandro Casona creó un entusiasmo justo con Nuestra Natacha, en la que atacaba la pedagogía de la represión y proponía unos reformatorios nuevos, donde la libertad y la claridad sustituyeran al clero -él era inspector de primera enseñanza- y con las Misiones de Teatro Pedagógico: Franco le hizo escapar al exilio, y en Buenos Aires continuó un teatro ya aburguesado, ya convertido en evasión, y en elogio de la teatralidad de la vida (Evreinoff, a su vez, fue expulsado por los bolcheviques porque quería negar la realidad, y murió en París). Casona volvió y le ocurrió algo desagradable; se convirtió en un ídolo de la derecha, mientras la izquierda le criticó con indignación. Veían en él no solamente una especie de traición, de paso a la burguesía, sino a sus imitadores indeseados: a los que traicionaban, a su vez, la lucha por la crítica y la realidad en España, por el posibilismo, por la mediocridad. No dejaba de ser curioso que los epígonos escribieran mejor teatro que el maestro: y es que, evasionistas o no, vivían en España y reflejaban de alguna manera la sociedad española, que a él se le había escapado.Cuando se representó por primera vez Los árboles... en España, tuvo un gran éxito. Puede volver a tenerlo ahora, en esta otra época de escapismo en el teatro, aunque vaya más ahora por la grosería que por la cursilería de la que estaba bien dotado Casona. Le ayudará mucho la representación de Amparo Rivelles, que mantiene su magisterio y que da verosimilitud a lo increíble, y coloca con sencillez cada frase. Amparo Pamplona y Víctor Valverde están fuera de la edad de la pareja jovencita, aunque hacen un esfuerzo benemérito por mostrar el amor, la pasión, la incertidumbre... El primer acto o prólogo está notablemente mal representado, es gritón y tonto, y hasta el decorado es chillón. Sobra entero. A Gerardo Malla le han salido bien los actores buenos, y mal los malos. Y mal la obra, que no podía relatar mejor. No hay quien convierta el plomo en oro.
Un estreno muy teatralizado: muy interior, muy de casa, con tanto amigo y tanto profesional gritando de entusiasmo. Sobre todo, a Amparo Rivelles: y en ese caso era bastante más que un premio a la veteranía; lo era a la calidad mantenida.
Babelia
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