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Cabezas laureadas

Vicente Molina Foix

Un juego entretenido sería hacer apuestas sobre el poeta español vivo más idóneo para el cargo de laureado de la corona. Aunque parezca materia de poca trascendencia bursátil, los apostadores oficiales están moviendo mucho dinero con la poesía en Gran Bretaña, donde, tras la muerte, el pasado 30 de octubre, del último Poet Laureate, Ted Hughes, el primer ministro aún no ha nombrado al sucesor.La figura del Poeta Laureado es tan británica que el mundo entero debería copiarla (¿acaso no jugamos al fútbol, y tomamos té, y nos ponemos jersey y botas Wellington según nos enseñó ese pueblo tan institucional?). El rey Carlos II de Inglaterra instauró formalmente el puesto en 1688, siendo John Dryden el primero en desempeñarlo como tal. Desde entonces no se ha interrumpido la línea, entre otras razones de menos peso, porque tampoco allí se ha dejado nunca de reinar. Las obligaciones inherentes eran en un principio pocas, pero puntuales: un poema para celebrar el tránsito anual y otro en cada cumpleaños del monarca, aparte de las composiciones circunstanciales con motivo de un natalicio, una boda regia o una victoria militar. Aun así, los poetas elegidos se sintieron constreñidos con tanta oda, pues es sabido que, al margen de la fea costumbre de morir, la familia real británica se casa mucho con todo mundo (o entre sí). A la muerte de Jorge III quedan eliminadas las dos odas obligatorias, dejándole al poeta una mayor libertad de inspiración para los acontecimientos.

El cargo, con todo, es honorífico, y quizá el único en la historia que no ha evolucionado según las leyes de la inflación: a Dryden se le pagaba en el siglo XVII un estipendio de 200 libras anuales más una bota (126 galones) del "mejor vino de las Canarias", proporcionado por las bodegas de palacio; hoy, el salario es de 70 libras, y el vino se lo ha de comprar, si bebe (los poetas no suelen ser abstemios), el interesado, añadiéndosele a tal fin una cantidad extra de 27 esterlinas.

Todo indica que Tony Blair (aunque el cargo es monárquico, los nombramientos son políticos) está a punto de designar al nuevo laureado, y las apuestas son altas a favor de Pam Ayres, Andrew Motion y Seamus Heaney, aunque este último, siendo irlandés, podría resultar territorialmente incorrecto; en las últimas semanas, sin embargo, cobra favor la idea de elegir, ya que Blair se distingue por sus salidas de norma, a un negro, a un gay declarado o a Paul McCartney, de quien muchos de ustedes seguro que recuerdan letras pegadizas.

Pero yo insisto: ¿y en España? En España tenemos lo que hay que tener (para este caso): rey, reina, príncipe casadero, infantas ya bien casadas, tradición interrumpida pero de antigua prosapia, palacios muy vistosos, y un número incontable de poetas, sin duda superior a los 28 elegidos del fin de siglo que aparecen en la reciente antología consultada de Visor. Tenemos además de lo que no hay: un jefe de Gobierno que ha pasado en un tiempo récord de recitar Volverán banderas imperiales y otras rimas del Glorioso Movimiento a saberse de memoria a Cernuda y García Montero, por nombrar sólo a dos de sus izquierdistas poetas de cabecera. Yo no sé si Su Majestad el rey don Juan Carlos entiende de poesía, pero con nuestro presidente de consejero no habría yerro posible en la designación de un Poeta Laureado de la Corona española.

¿Mis propios candidatos? Naturalmente que los tengo, pero no voy a dar pistas así como así. Por cautela. Por si acaso se ponen también aquí de moda las apuestas de dinero fuerte, y puedo ganar algo con la poesía, aunque sea la de otros. Sólo avanzo que, si Aznar quiere emular una vez más a Blair en su Tercera Vía, dispone de nombres que se apartan muchísimo de lo establecido. Gays abiertos y negros encubiertos, ya me entienden: no raciales, sino laborales.

John Betjeman, uno de los más distinguidos laureados británicos, festejó en 1981 la boda de Carlos y Diana con unos pareados en los que erróneamente vaticinaba que al abandonar su soltería "la soledad ha desaparecido" para el Príncipe. A todo esto, Felipe sin novia. El hombre que puede reinar tal vez sea un monarca soltero. Entonces los poetas sí tendrán que salirse de las más rectas vías de la musa.

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