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Espacios vividos

JOSU BILBAO FULLAONDO En su magnifica Casa Torre del siglo XV que arregla con sus propias manos, desde donde contempla la explanada de Villasana de Mena, Patxi Cobo (Ortuella, 1953) prepara su próxima exposición. Su forma de hacer es pausada. Mide los tiempos y, con sosiego, reflexiona sobre su objeto de estudio. Sabe que la fotografía se ha adueñado de las artes e intenta controlarla para que no pierda el respeto a quienes la han alzado en ese pedestal. La sabe modular con un mundo de leyendas personales, con recuerdos de la realidad pasada, para que sepa transportar un circulo afectivo repleto de huellas humanas donde lo que más importa es el respeto a la dignidad del ser. Francisco Esteban Cobo, así es su nombre de pila, se acercó al mundo de la imagen desde la pintura. No tardó en descubrir otros encantos icónicos. Recién cumplidos los 22 años investiga sobre la integración de la fotografía en el cuadro y llega al fotomontaje, donde encuentra un sistema de intervención social y un útil para la denuncia de situaciones aplastantes. Dentro del páramo cultural que resultó ser la dictadura franquista, este hombre siempre comprometido, llegó a la asociación cultural El Desván para fundar la comisión de fotografía y la de artes plásticas. A partir de entonces quedó claro cuál sería su camino de expresión. Desde este momento se multiplican sus actividades. Empiezan las exposiciones. En 1977 es llamado para poner en funcionamiento los Talleres de Fotografía en las áreas sociales de la Universidad del País Vasco, paralelamente colabora con la revista La Calle y comienza un trabajo de recopilación gráfica sobre el surgimiento de la industria en la comunidad autónoma por encargo del Departamento de Cultura. Las imágenes sobre las que trabaja en la actualidad están emparentadas con aquellas que expuso en el Museo Arqueológico, Etnográfico e Histórico Vasco en 1986 sobre fábricas y minas, con las otras que llenaron las paredes del Museo de Bellas Artes de Bilbao en 1990, o con lo que ha exhibido recientemente en la sala Spectrum de Zaragoza. Recogidas en el libro Paisajes industriales y en otros catálogos, enseñan paisajes vividos, no bucólicos. Son objetos en sí mismas. No están obligadas a representar nada, pero muestran un territorio que es reflejo de las vivencias internas del autor. Patxi siempre termina por volver al lugar de su origen para realizar fotografías con un nuevo enfoque, enriquecido por una nueva etapa vivida. Ha pasado regularmente por las bocaminas de Gallarta y los depósitos de cal abandonados. La noche le ha servido para ofrecer una dimensión misteriosa y abrumadora de los muelles de Santurtzi. Ha dejado que el tiempo transcurra y, con la serenidad de alguien consciente de que la naturaleza sigue su curso, nos ofrece paisajes estremecedores de los que emanan recuerdos de la historia. Escenarios sin gente, siempre con la huella de su paso por el lugar, una forma sutil de evidenciar la existencia humana. Espacios naturales arañados de sublimes emociones que la naturaleza va sepultando y el fotógrafo recupera. Todo lo hace en blanco y negro para alcanzar un mayor grado de abstracción. Busca con su mirada singular la esencia de las cosas, la forma de expresar sentimientos junto a la nobleza de corazón y espíritu que el mismo destila. A diferencia de otros autores, la elección de sus ángulos de visión permiten evocar la inmensidad del silencio de sus paisajes alejados de cualquier recurso pictórico. Este profesor en la Facultad de Bellas Artes, maestro de maestros al que las convenciones impuestas no siempre han querido reconocer su manera de hacer, capaz de poner a prueba su sensibilidad ante las cualidades dramáticas inherentes de las materias inertes, ha marcado con sus tomas pautas que orienta nuevas lineas para la expresión plástica de este final de siglo en España, algo que se debate entre la pintura y las formas digitalizadas, en la duda de incorporar otros referentes cargados de filosofía y pensamiento.

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