El pintor Enrique Gran muere en el incendio de su cuarto en Madrid
El artista cántabro, de 70 años, se definía como un surrealista inocente
El pintor santanderino Enrique Gran, de 70 años, murió ayer tarde en el incendio de su casa-estudio de la Calle Treviana, en el barrio de Ciudad Lineal de Madrid. El artista, que padecía una grave enfermedad que limitaba su movilidad, se quedó dormido encima de la cama con un flexo entre las manos. Los bomberos, que apenas tardaron cinco minutos en llegar al lugar desde que empezó a salir humo por la puerta de la vivienda, hallaron el cadáver calcinado. El fuego fue extinguido en diez minutos, y no afectó al resto del piso ni a las pinturas fulgurantes de Gran, que se definía como "un surrealista inocente y un realista sin conexión con la realidad".
Gran pertenecía a una generación ilustre de pintores, estudiantes todos en la Academia de San Fernando a comienzos de los años 50, como Lucio Muñoz, Julio L. Hernández y Antonio López. Con éste, amigo íntimo suyo, apareció en la película de Víctor Erice El sol del membrillo.Artista poco conocido por el gran público, Gran era un hombre fornido -medía casi dos metros- y tímido que vivía a fondo su oficio. Aparecía muy poco en los medios de comunicación y en el circuito comercial del arte, pero mantenía una relación de absorta intensidad con su trabajo y sus amigos.
Gran compartía con su generación, y especialmente con Antonio López, "la misma ideología ética y estética", según explicó en una entrevista concedida a este diario en junio de 1998, cuando se abrió una retrospectiva suya en el Cuartel del Conde Duque de Madrid. "Antonio y yo somos muy parecidos", decía. "Tenemos el mismo compromiso con la belleza, con ese estar llenos de pintura... Él dice que yo pinto la piel de las cosas. Y aparte de lo que digan los cuadros, nos parecemos. Sobre todo en la luz".
Aprendiz de dibujo por correspondencia en su juventud, Gran nunca dejó de pensar en la pintura ni de evolucionar en su búsqueda del virtuosismo plástico, con el que inventó un mundo extraño, muy personal y enigmático.
Decía que que sus cuadros no intentaban contar nada, aunque contaran, porque nacían de "un no querer contar", y se veía a sí mismo de esta forma: "Soy un surrealista a mi manera inocente y un realista dentro de mi desconexión de la realidad".
Sus óleos, tan cargados de pintura como de profundidad -Paco Nieva los llamó "truenos silenciosos" y "aullidos místicos"-, eran como explosiones silenciosas de energía y color que surgían de paisajes inquietantes o de alucinaciones luminosas. Según ha escrito Francisco Calvo Serraller, tenía, como Lucio Muñoz, "un penetrante ojo realista para captar lo invisible".
Su casa era un caótico batiburrillo de lienzos puestos cara a la pared, aunque Gran trabajaba en 15 obras a la vez. "Así sé, cuando tengo éxito con uno, que ya puedo darle la vuelta a otro sin tener miedo de cargármelo o de no ser valiente con él. Entonces lo cojo y le meto unos espatulazos que lo dejo temblando", contaba.
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