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Aznar hizo bien

Un analista político debe pensárselo dos veces antes de alabar una actuación del gobierno. Cuando ese gobierno ha cometido errores no necesarios, propios de un aprendiz amante del estropicio, debe pensárselo por lo menos tres veces. Incluso debe meditar bien las cosas una cuarta vez si resulta que la propia y fervorosa hinchada gubernamental, ahora convertida en malhumorada y quejosa prole por la carencia de las emociones fuertes, aparece en las antípodas de los entusiasmos de otra época. Ni siquiera el hecho de que no estén ahora de acuerdo debe bastar para pensar que el gobierno ha acertado. Pero no parece que quepa duda: Aznar ha hecho bien en conceder un indulto a los culpables del secuestro de Segundo Marey. Se entiende que las alabanzas sean escuetas y no sólo porque la hinchada pierde un motivo para el regocijo. Quienes abominaron siempre de los GAL y no encuentran excusas para la actitud de los responsables del Ministerio del Interior, poco interés pueden tener en alabar una medida de gracia. Los adversarios del Gobierno tampoco encontrarán motivos para el regocijo. Y, en fin, el ciudadano medio debe estar harto de esta pesadilla y deseoso de quitarse de la vista un asunto que ha permitido a un sujeto de la catadura de Amedo convertirse en protagonista del esperpento nacional. Hay que empezar por alabar la decisión de Aznar porque no es aquello que se le atribuye. No es precipitación, como lo hubiera sido al poco de la condena. No es manifiestamente injusta, como hubiera sido en el caso de un indulto total. Es discriminatoria, pero cualquier indulto basado en motivos que no pueden sino ser políticos lo es. No es cicatera -¡qué bien les hubiera venido, a quienes han dicho eso, una buena dosis de mutismo!- porque el indulto total hubiera sembrado serias dudas sobre una componenda política. No tiene nada que ver con otras causas que seguirán en su día el trámite normal ante la Justicia. Tampoco tiene nada que ver con el arrepentimiento de los condenados, ni necesario ni merecedor de interés alguno. El indulto pasa página y sitúa a la política española en un camino nuevo. Los responsables de Interior sencillamente no merecen pesar de forma tan grave en la vida colectiva: personajes cuya limitación parece cada vez más patente a los que la Justicia ha declarado delincuentes, podrían contribuir al bien público por el simple procedimiento de desaparecer. De entrada, el hecho del indulto permite restablecer las relaciones de los dos grandes partidos y olvidar los momentos en que uno arrojaba al otro cadáveres y el otro le respondía desvelando conversaciones indirectas del adversario con criminales, convictos y confesos. El indulto resulta una buena decisión no sólo por lo que no es y por lo que evita sino también por lo que permite. Quiero entender que haya podido sorprender e incluso escandalizar a personas tan distintas como Julio Anguita y el arzobispo de Pamplona pero me parece que no se dan cuenta de que las actuales circunstancias permiten medidas de gracia no sólo en esa dirección sino también en otras en la perspectiva de un camino hacia la paz al que, a medio plazo, puede contribuir y en el que, de manera indirecta, el Gobierno se demuestra esperanzado. No se entenderían esas medidas sin aquellas previas.

Durante todos los años que ha durado este tenebroso asunto de los GAL han sido muchos los que ha establecido una comparación con el famoso "affaire Dreyfuss". Tienen razón: en un principio la denuncia la hicimos tan sólo un puñado de periodistas e intelectuales. Pero no vendría mal llevar la comparación hasta el final. En su artículo Yo acuso, Zola concluía su requisitoria contra los culpables de aquel acto contra la Justicia asegurando que "no tenía contra ellos ni rencor ni odio". Años después, Charles Péguy decía que el "affaire" había sido "un asunto místico, que vivía de su mística y ha muerto por la política". Llevados los culpables de los GAL ante la Justicia, que era lo difícil, cabe preguntarse si en muchos, a partir de un momento, el odio no ha sido el motor de la denuncia y el interés político no les ha corrompido. Porque es así, este indulto no resulta sólo positivo desde el punto de vista político también lo es desde el moral.

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