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Carmen Baroja

El día 28 de diciembre es el día de los Santos Inocentes, que todo el mundo celebra con las tradicionales, populares y cada vez más tontas inocentadas, pero para el mundillo de las letras hispanas es también el aniversario del nacimiento de Pío Baroja, en 1872; por ello es tan común como las inocentadas la referencia al gran novelista en esta fecha del año. Sin embargo, el ilustre apellido Baroja tiene en este fin de año de 1998 un protagonismo añadido: acaban de publicarse unas memorias de Carmen Baroja y Nessi, hermana de Pío y Ricardo Baroja, bajo el título Recuerdos de una mujer de la generación del 98. No son unas memorias organizadas, sino que, más bien, como indica la editora, Amparo Hurtado: "Parecían un puzzle desmontado" que ella misma se ha encargado de armar con respeto y eficiencia.Son muchas las razones que marcan el interés de este breve y hermoso libro. Son las memorias de una mujer que perteneció a una familia de notable importancia en la cultura española; es un caso muy especial, pues, por lo general, los grandes nombres de la literatura española suelen ser bichos raros dentro de su propia familia. Ésta, en cambio, no tiene desperdicio. Pero lo más interesante no es la información familiar, sino lo que, en términos narrativos, podría denominarse el "punto de vista" de la hermana de los Baroja.

Y a fe que demuestra ser hermana; si no véanse estas muestras, la primera referida al edificio de la calle Mendizábal ("estaba distribuido de la manera más incómoda y absurda posible, para vivienda nuestra"), la segunda a Giménez Caballero ("el gran falange y mayor majadero") o la tercera al marido de Ernestina de Champourcin ("se casó con un gamberro, que creo que también hacía versos y se llamaba Domenchina. ¡Pobre muchacha!"). Y no solamente en lo abrupto, sino también en la precisión y austeridad de dicción, por ejemplo en esta escena de la muerte de su madre: "A los dos días no se levantó y vimos que no tenía completo el conocimiento. Maximina, que estaba al acecho para que no muriera sin sacramentos... En fin, los recuerdos abarcan desde la niñez hasta el año 46, cuatro antes de su muerte; por ellas desfila el final del siglo de nuestro desastre colonial y casi la primera mitad del siglo XX.

De la lectura del libro se desprende que Carmen Baroja fue una mujer soñadora, triste a veces, no satisfecha con su vida, pero que, aun consciente de una situación inevitable, se miró al espejo y actuó. Como ella señala a propósito de la fundación de ese curioso y atractivo club de mujeres cultas que fue el Lyceum Club Femenino, correspondiente con los Lyceum que había en las más importantes capitales del mundo en la época, "allí nos juntábamos todas o casi todas las mujeres que en Madrid habían hecho algo y que por ellas o por sus maridos tenían una representación". La nómina de nombres atestigua la presencia de la mejor burguesía ilustrada femenina del momento.

Disponemos de opiniones y análisis de mujeres sobre problemas de la época, pero -al menos hasta donde se me alcanza- no disponíamos de un texto de una mujer que escribiera desde su doble condición consciente y asumida de ama de casa y persona cultivada y activa, como es el caso de Carmen Baroja. Ella cuenta una anécdota perfectamente reveladora de su situación: "Yo tenía la buena costumbre de dejar a mis conferenciantes (en el Lyceum), que fueron pocos gracias a Dios, sentados en un magnífico sillón que teníamos para el caso, detrás de una mesita con un vaso de agua y hasta alguna flor, y marcharme a casa, pues Rafael (Caro Raggio, el editor, su esposo), si no estaba para la hora de cenar, que solía ser muy temprano, se ponía hecho una furia".

Desde esta paradójica posición cuenta su vida y su época Carmen Baroja. El suyo no es un análisis intelectual, sino la mirada de una persona cultivada y sensible, y en ella reside lo admirable de su texto, pues esa mirada es tan suya y sentimental como lúcida, y semejante mezcla nos da una visión distinta y nueva sobre la España que le tocó vivir. En las memorias se trasluce la convicción de ser querida en su papel de mujer, madre y esposa, y de no ser apenas considerada como persona capaz de alcanzar una estimación independiente y de tener "una habitación propia".

Así pues, aceptó la precariedad personal de su situación, pero no dejó de verla con notable lucidez ni de participar a la vez en la vida de su tiempo. Esta doble posición es la que hace únicas sus memorias. Entrega, fragilidad, fortaleza y, todo hay que decirlo, una imposible autoestima, conviven de una manera singular en una persona realmente singular. Una vida que obliga a mirar atrás para repensar muchas cosas. Pero, lo que es la vida, ahora es cuando su voz y su mirada adquieren un sentido. Quizá por ello es ahora cuando ha empezado a hablar con nosotros y no sólo consigo misma.

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