Alemania, al reencuentro con su propia historia
El futuro monumento al Holocausto alienta un debate sobre el controvertido pasado del país
Nadie puede huir de la historia en Alemania: ni los ancianos, ni los miembros del Gobierno rojiverde, que eran niños o no habían nacido cuando Hitler exterminaba a millones de no arios en nombre de un proyecto racial. Ni siquiera los emigrantes naturalizados pueden zafarse de la responsabilidad por la historia de Alemania, aunque se criaran en Turquía. Sin embargo, Alemania busca hoy un nuevo enfoque de su pasado, y esta búsqueda marca hoy el latido vital del país.Las tensiones entre la imposibilidad de huir de su historia y la búsqueda de una nueva actitud ante ella se reflejan en tres recientes temas, todos ellos diversos y todos ellos en fase de evolución.
El primero es el tono exigente con el que el canciller Gerhard Schröder (nacido en 1944) ha reivindicado los "intereses nacionales alemanes" ante los socios europeos de la Unión Europea; el segundo es el debate entre el escritor Martin Walser y el presidente del Consejo de los Judíos Alemanes, Ignatz Bubi; y el tercero es el destino del monumento al Holocausto planeado en Berlín.
Schröder ha podido constatar ya que los intentos de romper con los ritos, las tradiciones y las referencias al talonario de cheques y el bolsillo de Alemania activan mecanismos de alarma en sus propias filas y en las ajenas. Cualesquiera que sean los argumentos racionales para la defensa de los intereses económicos alemanes en Europa, la opinión pública alemana ha comenzado a exigir a Schröder una dimensión más profunda de su política. Y para ello, para aceptar plenamente responsabilidades europeas, Alemania necesita justamente la función de un pasado, ante el que Schröder muestra escasa sensibilidad. Curiosamente, el canciller conmueve menos corazones germanos de lo que algunos podrían creer con su tono populista-nacionalista, a juzgar por los comentarios negativos de los pequeños diarios de provincias que contribuyen a formar la opinión pública de la Alemania profunda.
El canciller ha recibido una advertencia de los verdes Daniel Cohn-Bendit (diputado europeo) y Rupert von Plottnitz (ministro de temas europeos de Hessen), quienes, en el semanario Die Zeit, han establecido una relación entre el debate por la financiación de la Unión Europea y la historia de Alemania. Si los socios europeos han apoyado la unidad alemana, ello se debe precisamente a la sensibilidad del canciller Kohl por los miedos y reservas de Europa. "Los clarividentes en Europa se preguntan ya si la empresa la república de Berlín no se habrá convertido en un sinónimo, si no de un nuevo nacionalismo de izquierdas, sí de una inconsciencia política y una actitud frívola hacia la historia", escribían Cohn-Bendit y Von Plottnitz. Según ellos, los políticos alemanes "reclaman una normalidad por fin recuperada", pero, como "contables de la historia", carecen de la "pasión visionaria" que "la casa común europea necesita hoy más que nunca".
Al recibir el premio de los libreros alemanes en octubre, Walser expresó su cansancio por la machacona presencia de los campos de exterminio en la televisión, habló de "rutina" y advirtió de que el pasado nazi era instrumentalizado con otros fines. El escritor (nacido en 1927) había tocado tabués, y Bubis, que perdió a su padre y a varios miembros de su familia en los campos de concentración, le acusó de ser un "incendiario espiritual".
En lo que se refiere al destino del monumento al Holocausto en Berlín, el ministro de Cultura, Michael Naumann (nacido en 1941), ha anunciado que, en lugar de una ritualización pétrea del recuerdo, prefiere un centro de investigación plurivalente, con sala de exposiciones, centro de investigación e intercambio con otros centros internacionales. Naumann, un ex periodista, parece ser el portador de una nueva sensibilidad para la historia en el Gobierno rojiverde. El ministro piensa en categorías internacionales, y eso le distingue de otros colegas más provincianos, incluido el propio Schröder. La alternativa que Naumann ofrece supone que el recuerdo del Holocausto deja de ser un asunto bilateral entre alemanes y judíos. Si la internacionalización se consigue y si el centro dedicado al Holocausto está abierto, como se pretende, a la prevención y denuncia de nuevos genocidios, Alemania habrá superado la situación de aislamiento que expresaba el presidente Richard Weizsäcker en 1985, al conmemorar el 40º aniversario del fin de la Segunda Guerra Mundial. Los alemanes, decía entonces Weizsäcker, debían conmemorar aquella fecha en soledad, a solas consigo mismos.
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