Las cenizas de Antonio Ordóñez serán enterradas bajo el albero de Ronda y en la Provenza francesa
Centenares de sevillanos se unen al mundo taurino para despedir a una figura de época
La última vez que Antonio Ordóñez, de 66 años, bordeó La Maestranza, reinaba el mismo silencio que debió arropar centenares de sus volapiés, cuando el público se encoge para asistir a la última suerte de la lidia. La despedida que Sevilla rindió al matador fue intimista y callada, sólo rota por el aplauso de centenares de personas, ante la capilla de Los Marineros, al término de la ceremonia religiosa. Las cenizas del matador, incinerado ayer, serán enterradas en Ronda y la Provenza francesa, dos escenarios muy queridos para él: el albero de una plaza de toros y una zona de crianza de reses bravas.
Los días no sienten, pero invitan a sentir. Ayer, Sevilla amaneció entre neblinas que difuminaban el horizonte y espoleaban la melancolía. Un decorado meteorológico muy distinto del sol rabioso que presidió el último acontecimiento social de la familia Ordóñez: la boda entre Francisco Rivera y Eugenia Martínez de Irujo. Los mismos protagonistas sobre el mismo escenario para vivir un hecho claramente antagónico, como se leía en los rostros de su viuda, Pilar Lezcano; sus hijas, Belén y Carmen; sus hermanos José y Alfonso; y sus nietos.Aquel día, los invitados saludaban y repartían sonrisas entre la multitud. Ayer, casi los mismos personajes parapetaban su dolor tras gafas de sol y se escurrían cabizbajos entre el gentío, como los toreros Joselito, José Tomás, José María Manzanares, Emilio Muñoz o Litri padre o la propia duquesa de Alba. El universo de la lidia, al que pertenecía Antonio Ordóñez Araújo desde que gateó (hijo del Niño de la Palma), se volcó sin fisuras en el adiós a una de sus figuras más legendarias, catapultado hacia el olimpo de los mitos por su arte y la fascinación que despertó en artistas como Orson Welles o Ernest Hemingway.
Hasta la capilla de los Marineros, sede de la Hermandad de la Esperanza de Triana, la misma que Francisco Rivera y Eugenia Martínez visitaron el día de su boda, acudieron ayer ganaderos (Fermín Bohórquez, Antonio Gavira, Eduardo Dávila Miura o Álvaro Domecq padre) y autoridades como la alcaldesa de Sevilla, Soledad Becerril, o el ministro de Trabajo, Javier Arenas, para asistir a la ceremonia religiosa. El féretro permaneció cubierto por el manto de luto de la asociación de la que fue hermano mayor entre 1973 y 1979.
En el exterior del templo se arremolinaron centenares de personas, que despidieron con un aplauso -el único gesto que rompió el silencio de la jornada- los restos mortales del maestro de Ronda, que portaban allegados, entre ellos sus nietos Cayetano y Francisco Rivera.
El homenaje anónimo, sin embargo, se desbordó horas después, ante la capilla ardiente instalada en el Ayuntamiento de Sevilla, por deseo de la familia. Ante los restos mortales de Ordóñez, flanqueados por tres imágenes (un pase taurino, el Cristo de las Tres Caídas y la Esperanza de Triana), desfilaron centenares de sevillanos durante las cinco horas que permaneció depositado en la sede municipal, antes de ser trasladado al cementerio de San Fernando, donde estaba prevista su incineración. El ministro del Interior, Jaime Mayor Oreja, que se desplazó para dar el pésame a la familia, glosó al torero como "un símbolo o leyenda que ha unido a todos los españoles".
Las cenizas del maestro serán enterradas, según su expresa voluntad, en dos de sus escenarios predilectos: la plaza de toros de Ronda (Málaga) y la Camarga, una zona de la Provenza francesa. Antonio Ordóñez eligió para sí el albero del coso rondeño -uno de los más antiguos- y la compañía de los toros bravos criados en la Camarga. Su nieto Francisco Rivera se ha encargado de que se respeten al milímetro sus deseos. La urna con las cenizas será depositada esta mañana frente a la puerta de los chiqueros de la plaza de Ronda. El último adiós a sus restos será abierto al público, que podrá ocupar el tendido del coso, donde Ordóñez organizaba cada año la tradicional corrida goyesca. En Ronda, su localidad natal, se había citado para las fiestas navideñas con el ministro Javier Arenas, que ayer recordaba las "tremendas ganas de vivir" del torero.
En la clínica Sagrado Corazón, de Sevilla, una larga enfermedad doblegó el sábado, a las 17.30 horas, al filo de la hora taurina por excelencia, su afán luchador. La misma enfermedad que ya impidió la presencia de Ordóñez en la boda de Francisco Rivera, el nieto que sigue con la dinastía taurina, con Eugenia Martínez de Irujo, que ayer no escondía los sollozos.
Soledad Becerril, la alcaldesa de Sevilla, recordó a Antonio Ordóñez como " el mejor torero que he visto jamás". Y destacó que, "como persona, el maestro se hacía querer, respetar y admirar por todos".
Babelia
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