Versos con Nueva York al fondo
Hay asuntos sobre los que no puede escribirse en serio si no se tiene un razonable sentido del humor. Comienzo exponiendo esta idea, de la que soy indiscutible autor, aunque por su obviedad crea el lector que la ha leído o escuchado antes: toda comparación es odiosa. En este año de 1998 conmemoramos el centenario del nacimiento de un poeta (y no sólo poeta en versos) llamado Federico García Lorca. No tan extensa resonancia han merecido, aunque no hayan sido olvidados, ni mucho menos, otros dos centenarios: Vicente Aleixandre y Dámaso Alonso. (...)Lorca -teatro aparte- fue, en vida, casi exclusivamente "el autor del Romancero Gitano". Tras de su trágica muerte -asesinato- pasó a ser "el autor de Poeta en Nueva York" (...), puesto que el libro fue editado, en su totalidad, tras la desaparición física del poeta. Y el mismo año en que recordamos su muerte, a mí se me ocurre publicar un libro cuyo título es Cuaderno de Nueva York.
Aprovechando que el Pisuerga pasa por Nueva York, la Revista de Occidente me pide unas líneas sobre el Nueva York visto por los poetas. (¿Dije antes lo de que toda comparación es odiosa y lo del sentido del humor que equivale a hacer el ridículo sabiendo que lo hacemos?) Federico García Lorca -otro descubrimiento mío- es un grandísimo poeta de talla universal. Yo soy, y más de una vez lo he dicho, no por falsa modestia, sino porque tengo conciencia de mis limitadas posibilidades, un poeta de segunda división: he aquí la primera premisa.
Pero no sólo la calidad -excelsa en F.G.L. y reducida en mí- es lo que diferencia a los libros. E1 Nueva York de Lorca está escrito desde la sorpresa. En 1929 la gran ciudad no se había acercado a los ojos europeos -y asiáticos, y africanos, etcétera- a través de películas y documentos. (...) Así que la primera reacción del visitante -F.G.L.- era de sorpresa, horror, deslumbramiento. En cambio, para los que llegamos años después, la ciudad corroboraba, o desmentía en cierto modo, lo que ya conocíamos.
Más de una vez me han preguntado cómo se me ha ocurrido escribir un libro sobre una ciudad que Lorca había descubierto para la poesía. Pero nadie me ha preguntado por qué he escrito versos sobre la vida, el tiempo, el amor, la muerte, abundantemente saqueados, a través de los siglos, por los poetas. Creo que los temas están al alcance de todas las fortunas. El primero que llega no tiene por qué ser forzosamente el mejor, el que agota todas las posibilidades. (...) Pero es que, además, se olvida a poetas como Martí, Rubén y -sobre todo- Juan Ramón Jiménez, que, antes que Lorca -Diario de un poeta recién casado- o después de él -Espacio-, se sintieron magnetizados por el enigma de aquella ciudad. (...)
El cuerpo de Lorca es bello, imaginativo, rompedor, creador. El mío -aun sin llegar a la joroba, a la deformación de los bufones de los antiguos reyes- es poquita cosa. Pero yo no vine a competir, sino a vestir mi desnudez, a satisfacer una necesidad. Lorca -aparte de grandísimo poeta universal, insisto- canta la ciudad en gran orquesta. En cambio, yo interpreto con mi modesto conjunto de cámara (...) mi visión de una ciudad que, simbólicamente, es como una isla a la que arriban náufragos de otros tiempos y otros espacios -Bach, Schubert, Miguel de Molina, el sespiriano Rey Lear- que jamás patearon aquellas calles y avenidas. Nueva York es para mí un escenario en el que evoco un mundo que no es el mío. Porque lo exótico me importa poco. Tal vez por incapacidad para la sorpresa.
Por otra parte -y perdón por la reiteración-, el Nueva York de Lorca está pintado, descrito, musicado por un gran poeta imaginativo, capaz de arrastrarnos hacia el éxtasis con mil sorpresas, hallazgos, imágenes creadas, hijas del ensueño y la fantasía. El mío -siempre como fondo- pretende ser algo así como historias contadas por un borracho (o recordadas por alguien que estaba borracho cuando las escuchó) en las que el relato aparece entre sombras y del que queda -Antonio Machado dixit- "oscura la historia / y clara la pena".
Mi Nueva York, lo digo con reverencia y pena, es un libro que tenía que haber sido escrito, sin desvirtuar su esencia, por Federico García Lorca.
Extracto del artículo publicado en el número de este mes de Revista de Occidente.
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