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99 contra Alberto

Es probable que los redactores del manifiesto Madrid, 99 razones para cambiar a Ruiz-Gallardón hayan tenido más dificultades a la hora de redactar su lista que las que tuvieron hace unos meses cuando enumeraron 99 razones para defenestrar a Álvarez del Manzano. Lo cierto es que esta vez también han completado la cuasicentenaria nómina que va de lo anecdótico y esperpéntico a lo más grave y preocupante. Algunas de estas 99 razones contra Alberto, argumentadas desde la izquierda plural madrileña, casi eximen de seguir leyendo la razonada retahíla porque se bastan por sí mismas para descalificar su gestión en aspectos vitales para la Comunidad, en temas económicos, sociales o educativos, en materia de obras públicas y privatizaciones, de obra o de intención como la de Telemadrid que impulsa su gobierno. Entre las razones expuestas figuran también la politización de los informativos autonómicos y la proliferación de la telebasura en canal y a espuertas a través de Tómbola.En la tómbola del mundo, Ruiz-Gallardón ha tenido la suerte de cara, la suerte de tener como cruz en el Ayuntamiento de Madrid a su cofrade José María Álvarez del Manzano. El que ambos próceres sean del mismo signo no evita que los madrileños, siguiendo su inveterada costumbre, hayan tomado partido por uno o por otro, una polémica de bar en la que se integran a menudo ciudadanos que nunca han votado ni piensan votar al PP.

Álvarez del Manzano, gran fajador, soporta estoicamente su papel de payaso de las bofetadas mientras el joven Alberto, maquillado de blanco clown, hace guiños a la galería. Manzano es un excelente sparring para un combate de mentirijillas donde el presidente no hace más que acumular puntos sobre un rival al que no puede noquear. Ruiz-Gallardón también ha tenido la suerte de cara cuando algunos jetas del columnismo y el quintacolumnismo le han acusado, sin mucho fundamento, nada menos que de izquierdismo desviacionista, no se sabe si para hacerle daño o para despistar a la opinión pública y que le llueva algún voto desde el campo contrario.

Hay otras maneras de decirlo, una comparación tal vez más ajustada que la circense o la pugilística. Alberto Ruiz-Gallardón cuida su imagen, cultiva el tipo de supervendedor, jefe de ventas de una gran compañía, la CAMSA, Comunidad Autónoma de Madrid, Sociedad Anónima. Álvarez del Manzano a su lado parece el encargado de una cerería o de una pañería especializada en hábitos de la calle de Postas.

Mientras la parroquia se ceba con las fantasmadas del Gran Tunelador, el gran Alberto (maestro de los gestos le llaman los redactores de las 99) pasea su gallardía por la Comunidad. "Ruiz-Gallardón ha visto nuestra comunidad como una sociedad anónima y a su gobierno como un consejo de administración", dice la razón número 5, y la 6 aduce que el presidente "ha convertido la política regional en una permanente campaña de imagen, se ha especializado en vender el producto anunciando grandes planes e iniciativas que no se realizan las más de las veces".

La lista de los pecados gallardistas abunda en promesas incumplidas, ahorros injustificados y derroches sin justificación alguna. Nada más iniciar su mandato, afirman los manifestantes, Ruiz-Gallardón suspendió el Plan Integral de Desarrollo Social, lo que supuso un "ahorro" de 50.000 millones de pesetas, y en el bienio 1996-1997 su gobierno dejó de ejecutar inversiones por valor de unos 80.000 millones de pesetas, que podrían ser, según el informe, 100.000 a finales del 98.

El ahorro prevalece también en el Plan regional de Igualdad de la Mujer, donde sólo se han llevado a cabo 17 de las 134 actividades programadas. Claro que el gobierno regional sabe cuándo hay que tirar la casa por la ventana liberando suelo para que la iniciativa privada construya 800.000 nuevas viviendas. Los sueños de grandeza del presidente prevén también una fastuosa prolongación de la Castellana colonizada por mayestáticos rascacielos que canten su gloria, esa gloria que se resisten a corear los autores de las 99 razones que piden para Madrid un gobierno de solidaridad y progreso.

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