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Tribuna
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'Nuestro' general

Andrés Ortega

Augusto Pinochet es nuestro general. Por eso, junto al nuevo sentido de justicia transnacional que ha generado, su detención en Londres y el dramático fallo de los lores ha despertado unas emociones muy particulares en España.Nuestro significa de los españoles. De tantos que en 1973 estaban esperando que Franco muriera para que diera paso a las posibilidades de transición, pero que vivieron el golpe traidor contra Allende no sólo como un ataque contra un sistema democrático, acertada o errada la política de su Gobierno, sino como un aviso peligroso contra las posibilidades de democratización de España.

Nuestro, porque, como tan acertadamente ha escrito Francisco Umbral, el subconsciente colectivo español necesitaba que se capturase un general golpista, pues el verdaderamente nuestro, Francisco Franco, se murió en el poder, cuando le llegó su hora biológica, no la política.

Pinochet trae muchos recuerdos, y uno en particular es esa imagen del dictador con su siniestra capa en la exequias de Franco.

Toda una generación, incluso más de una, de españoles, adoptó, sublimó, a Pinochet como su dictador. Entiéndase el más odiado, por lo que hizo con un proceso democrático, por los asesinatos de chilenos, de españoles y de ciudadanos de otras nacionalidades, por los relatos que trajeron los exiliados a España, y probablemente también por esa cercanía a Chile y en general a América Latina que hace que el huracán Mitch se convirtiera también en nuestro huracán.

Por eso Aznar no acertó al considerar que la detención de Pinochet en Londres no era un "asunto interno" español. ¡Y tanto que lo era, pues llegó al fondo del corazón de muchos españoles! Hablar de "distintas sensibilidades" en el caso de Pinochet, como hizo en un principio el presidente del Gobierno, puede explicarse diplomáticamente, pero siembra muchas dudas sobre su "viaje al centro", que, si se traduce en hechos o es incluso sincero, bienvenido sea.

No todos ven, o han visto, con malos ojos a Pinochet. Y ahí radica uno de los problemas. Pues los hay que vieron y siguen viendo al general retirado Pinochet (y a Franco) como un mal necesario, cuando no como un bien.

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¿O no salió del equipo de una parte de la fiscalía de la Audiencia Nacional esa definición de los golpes en Chile y Argentina como "interrupciones temporales del orden constitucional", en aras de la paz interior?

La justificación de golpistas como mal necesario ha sido siempre dañina en la historia, y en buena parte de este siglo la ha nutrido también la guerra fría, de la que se valió Pinochet, hasta que tal contienda se desvaneció.

Por desgracia, Pinochet ha sido una referencia positiva para muchos. En Asia, varios dirigentes se fijaron en él como modelo para seguir: libertad económica sin libertad política, desde la consideración de que esos pueblos no estaban preparados para la democracia. Este año, el pinochetismo ha empezado a fracasar en Asia. Puede resultar insólito que Margaret Thatcher invitara a Pinochet a tomar el té en su casa pocos días antes de su detención. No es sospechosa de no ser demócrata en su país o en Europa: fue la primera jefa de Gobierno que condenó sin paliativos la intentona del golpe del 23-F de 1981 en España, cuando aún no se sabía cómo podía terminar. Bien es verdad que Pinochet apoyó discretamente a Londres durante la guerra de las Malvinas contra Argentina, y es sabido que el general ha encabezado misiones a la capital británica para la compra de armas. Y que, en política económica, Pinochet, quizás uno de los primeros neoliberales, se adelantó, e inspiró, a Thatcher. Llevó la Escuela de Chicago a Chile antes de que la dama de hierro inventara el thatcherismo, con un precio parecido: saneó la economía a costa de una creciente desigualdad social.

Quizás convenga reconocer, con algunos, que constituye una cierta injusticia histórica que la detención de Pinochet en Londres se haya debido a una iniciativa que ha partido de nuestro país, cuando los españoles no pudimos con nuestro general.

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