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Más sobre el español en Estados Unidos

El bilingüismo en California ha perdido una batalla (la burocrática), pero no la paz (el diálogo), que es inevitable, y da su sentido al futuro en un país donde en 20 años la tercera parte de la población hablará español.No es la primera vez que la lengua española se convierte en un instrumento de mediación cultural del futuro. Nebrija sostuvo la unidad del naciente imperio en la lengua castellana, pero su ecuación, tan política como académica, la entendemos hoy no sólo como razón de Estado, sino como el primer anuncio de una comunidad de la letra. A ella se acogieron dos de los primeros intelectuales americanos, el Inca Garcilaso de la Vega y Felipe Guamán Poma de Ayala, quienes rehicieron su memoria histórica en la lengua española y forjaron con ella una versión cultural del futuro.

Hoy día, la propuesta de Nebrija retoma el camino complementario anunciado por aquellos dos peruanos: la lengua española no sustenta ninguna ilusión de unidad política, sino la mayor diversidad cultural moderna. Nunca como hoy el español se habla de tantos modos distintos, no sólo en España, que todavía es la mejor prueba contra la homogenización compulsiva; y no solamente en América Latina, donde todos los días una nueva palabra le nace al español; sino también en los mismos Estados Unidos, donde el español demuestra una vocación de futuro capaz de rehacer el mapa cultural con su fuerza migratoria. En Estados Unidos, el español es un principio de diversidad inclusiva, de dialogismo persuasivo.

Al comienzo de la independencia americana, el venezolano Andrés Bello se alarmó de que el español pudiese fragmentarse en lenguas nacionales, tal como el mismo latín se había disgregado en las lenguas romances. Y creyó que su monumental Gramática preservaría la unidad lingüística. Su temor fue infundado. Las diferencias sostuvieron los procesos de formación de las nacionalidades, y en los lenguajes de identificación los hombres del XIX descubrieron los varios idiomas que traman la cultura. La modernidad, por poca que fuese, fue el laborioso producto de la gestación nacional.

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En este fin de siglo, esas lenguas nacionales han excedido las fronteras al expandirse como nuevos umbrales, entre espacios de sanción y hasta de discriminación. Con su capacidad de resistir, responder y negociar han gestado su propia historia social, hecha en la intemperie del exilio, en el albergue de la memoria, en su gusto formal y regusto irónico. Esa vocación de pertenencia da al español, en los Estados Unidos, el papel extraordinario de la intermediación. Contra todos los temores y las censuras, esta lengua promedia entre los migrantes y el sistema; y negocia la escena de la interlocución, donde los hispanos han ido adquiriendo su turno en la esfera pública. Capaz de humanizar el espacio contrario, el español abre pasajes de concertación. Veinte, incluso diez años atrás, era una marca del origen marginal. Hoy es la segunda lengua del país y la primera en la preferencia de los estudiantes. Pronto dejará de ser extranjera. Gracias al español, los hispanos salen del gheto. Gracias al español, los anglos dejan su provincia.

Algunos se alarman por la suerte de nuestra lengua en el territorio del inglés, pero olvidan que su capacidad de adaptación y de incorporación es parte de su libertad nomádica. Ninguna otra lengua ha demostrado ser más durable y resistente, y a la vez más abierta y audaz. En los Estados Unidos, el español adquiere nuevas, imprevistas funciones sociales. Frente a la normatividad del inglés, cuya economía demanda el intercambio estricto de una palabra por una cosa, el español propicia el ligero exceso de un intercambio de equivalencias, donde nombra y sobrenombra, derrocha y celebra. El español es aquí un espacio de concurrencia inclusivo.

Cada muchacho norteamericano que aprende a leer en nuestros clásicos y a hablar con nuestros escritores contemporáneos es mejorado por un lenguaje que lo torna en criatura del diálogo. La cultura hispánica, desde ambas orillas del idioma, es hoy parte de la educación y la imaginación norteamericana. El futuro de los Estados Unidos será hecho en la hibridez de las mediaciones hispánicas.

Más sorprendente es que la lengua española sea también capaz de ocupar el inglés. Escritores cubano-americanos, mexicano-americanos, puertorriqueños y dominicanos de Nueva York narran en un inglés enunciado desde el español. (Como los cuentos de Junot Díaz, que están en un inglés que se lee como si fuese español). No se trata del Spanglish, hecho no en los préstamos y las sustituciones del inglés y el español, que hace sonreír a los turistas, sino en la interacción del bilingüismo y del mestizaje floreciente. Estos nuevos objetos culturales (novelas, cuadros, películas, música) rebasan las clasificaciones del museo y el archivo, que explican todo por la ley del origen: poseen, en cambio, la fuerza procesal de lo nuevo, que se proyecta hacia un debate en formación.

A diferencia de otras migraciones, la hispánica no se ha disuelto en el melting pot y, más bien, lo ha hecho obsoleto; pero tampoco se ha resignado a las viejas explicaciones autoderogativas del trauma social como destino. Hace poco el migrante era percibido como víctima, hoy sabemos que es un líder de su comunidad original y un delegado nebrijeño de la diversidad hispánica. Apenas hemos empezado a entender la formidable capacidad creativa de esos migrantes elocuentes y su saga cultural.

Julio Ortega es profesor de Literaturas Hispánicas en la Brown University, Providence, Estados Unidos.

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