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"Cualquier cosa puede ser arte"

Su aspecto, ayer, era el de cualquier turista que visita el Museo Guggenheim Bilbao. La larga cabellera cana, las zapatillas deportivas negras y la americana de Robert Rauschenberg no marcaban diferencias con otros hombres maduros que ocupaban las mesas del restaurante del museo, diseñadas por el arquitecto Frank O. Gehry, como el resto del mobiliario y el edificio. Era, sin embargo, el autor de las 246 obras que ocupan el 80% del museo y constituyen la más amplia retrospectiva organizada sobre su obra.La exposición de Rauschenberg reúne obras que revelan la multiplicidad de facetas artísticas que ha cultivado a lo largo de 50 años. Su búsqueda constante de nuevos caminos de expresión le han llevado a la pintura, la escultura, a realizar collages con materiales encontrados, a inventar los combines (combinados) en los que introducía objetos del mundo real en composiciones abstractas, a crear montajes para las artes escénicas, a relacionarse con los más destacados miembros del pop art y a trabajar con diferentes tecnologías.

Las diferencias entre el artista y el público que acude a ver su obra comienzan cuando Rauschenberg explica, con una simpleza sorprendente, de dónde ha surgido su fiebre creadora, que también le llevó a crear escenografías, decorados y vestuarios para espectáculos de danza, e incluso a trabajar como actor en una decena de montajes en los años 60. "Soy una persona tremendamente inquieta, así que cambio de opinión prácticamente respecto a todo con bastante más frecuencia de lo que probablemente debiera hacer. Lo que hacía cuando empecé era crear mi propia realidad, tal y como la veía yo", dice. "Yo quiero crear la posibilidad de que alguien empiece a ver mi arte como si fuese una realidad, pero empecé sin ese punto de partida".

Rauschenberg muestra un sentido del humor envidiable, juega con las palabras y se ríe de sus propios fallos con una pizca de cinismo. "Mi memoria es muy corta, el otro día dije que si mi memoria se acorta más todavía, más vale que me olvide de mi memoria", asegura riendo.

Sin embargo, recuerda con precisión su paso por el Black Mountain College, una escuela de arte de Carolina del Norte donde contactó con el maestro de la Bauhaus Josef Albers y consolidó una amistad muy fructífera con el compositor John Cage y con el coreógrafo Merce Cunningham. "Allí descubrí mi propia naturaleza y que la educación no es un aislamiento de intereses. Supe que la vida es muy rica y debes decidir hasta qué punto quieres involucrarte", afirma. "Ya no hay nada parecido. Aunque no es necesario ir a una escuela. Debes reconocerte a ti mismo y asumir la responsabilidad. Ser artista exige un gran coraje".

La sensación de pudor que le provoca ver 50 años de trabajo reunidos bajo el mismo techo es superada por "la sensación de familiaridad" que le genera su obra. "He podido comprobar que he sido consistente en mi obra y comprobado que resulta flexible".

Rauschenberg estuvo cerca de los más destacados pintores del expresionismo abstracto, aunque pronto se desvió de la corriente dominante en el Nueva York de los años 50. Más tarde, empezó a utilizar medios de reproducción comercial e imágenes de los medios de comunicación que le envolvieron en la vorágine del pop. Pero todavía presume de haber mantenido un camino independiente de todos los grandes movimientos artísticos de la posguerra. "Aprendí en una etapa temprana de mi vida que si seguía el mismo sendero que otras personas o bien hacía lo que hacían los demás o me colocaba como un obstáculo ante ellos. Hay mucho sitio para circular porque arte puede ser cualquier cosa".

Pacientemente, Rauschenberg vuelve a los argumentos que maneja para quitarse la etiqueta pop, que parece disgustarle a pesar de ser la que le ha dado más popularidad. "Me han llamado el padrino, el padre y el abuelo del pop, y también me han llamado papá. Puse fin a esa relación casi 20 años antes de que ellos empezasen. Es una actitud diferente, yo utilicé cosas conocidas como parte de la naturaleza, mientras que los artista pop crearon iconos religiosos con objetos que estaban aislados, tratando de que esas cosas fueran extraordinarias".

Su afán por experimentar se mantiene intacto. Pasados los 70 años, con una vitalidad evidente, prueba, por ejemplo, las nuevas impresoras de alta resolución. "Mi curiosidad me lleva a cosas imposibles que yo quiero conquistar, y mi temor es que quizá llegue a hacer algo que resulte brillante", bromea. ¿Y qué le queda por probar? "Ahora mismo estoy interpretando la Biblia, como si incluyera el resto del mundo". Rauschenberg se refiere al encargo realizado por el Vaticano para que represente El juicio final en una catedral que proyecta en Italia el arquitecto Renzo Piano. "Es el primer encargo del Vaticano desde hace muchos años. Es un reto formidable". No es católico, pero sí reconoce ser una persona religiosa. "Un artista debe ser religioso. Tiene que existir una generosidad espiritual que acompañe a lo que yo considero ser artista".

Estas inquietudes le llevaron a emprender en los años 80 el proyecto Rauschenberg Overseas Culture Interchanges (ROCI), bien representado en la exposición de Bilbao. "Durante siete años trabajamos en diferentes países con problemas de emergencia estética, como Venezuela, Cuba, Rusia o Tíbet", cuenta. "Tuvo influencia, pero no hizo que la gente se dejara de odiar". Le alarma, sin embargo, que el arte circule por vías cada vez más parecidas en cualquier parte del mundo. "En todas partes del mundo quieren ser como los demás para poder defender sus propias diferencias. La igualdad en el arte es una pesadilla infernal".

Los avances digitales centran ahora su interés en el terreno de la tecnología. "Tenemos que descubrir cuáles son las cualidades digitales, si queremos saber hasta qué punto se pueden desarrollar". Está convencido de que acabará por crearse un lenguaje artístico surgido de la tecnología digital. "Es como los ordenadores, si tú no conoces ese lenguaje no sabes lo que estás diciendo, y eso es lo que hace que sea tan interesante. En todas las cosas que no entiendes, siempre aparece una información nueva y la nueva información significa también nuevas ideas".

Rauschenberg deja las respuestas en suspenso, con largos silencios antes de proseguir. "Por esa razón sigo cambiando. Todas las dificultades, sumada mi propia ignorancia, logran que invente una manera de ver las cosas. Cuando hablo con un artista joven le doy un consejo: "haz que tu curiosidad genere una musa".

Rauschenberg padece dislexia. "Fue muy difícil superarlo. Cuando me la diagnosticaron se lo dije a mi madre, que tiene 95 años, y me respondió: "qué extraño, pensábamos simplemente que eras tonto". Ahora puedo aprovechar las ventajas de ser disléxico: puedo cometer fallos, que son lo realmente único de mi persona".

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