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Los críticos destacan en Taormina el cambio generacional en los grandes ballets europeos

El grupo norteamericano Complexions propone un baile basado en la expresión física

La edición Taormina Arte 98 en su ciclo de música y danza se cierra hoy con Yerma, de Carmen Cortés y Nuria Espert. Ha sido una semana intensa de debates teóricos y espectáculos de muy diverso calibre y signo. Anteanoche, la compañía neoyorquina Complexions mostró un espectáculo largo y muy complejo, de un eclecticismo que no ha sido totalmente aceptado por los críticos y sí aplaudido por el público. Diversos especialistas en danza destacaron, con vistas al siglo XXI, el cambio generacional en la dirección artística, y también en las plantillas, de las grandes compañías europeas.

La apertura hacia el este de los coreógrafos occidentales y la fuerza de los modestos grupos que surgen en la Europa ex socialista fueron traídas al debate por la dramaturga húngara Anna Lakos, que sorprendió a todos con la proyección de unos vídeos llenos de vitalidad y con un potente acento rupturista, en los que abundan los desnudos, los temas de crítica ideológica y una clara influencia de la danza-teatro alemana que encabeza Pina Bausch.Los ejemplos más analizados fueron los del albanés Angelin Preljokaj y del húngaro Joseph Naj, ambos radicados en Francia y hoy figuras imprescindibles de la nueva danza francesa. "El regreso a Hungría de varios bailarines de la compañía de Naj ha marcado significativamente el trabajo de toda esa nueva generación", apuntó Anna Lakos.

Entre los especialistas europeos que abogan por una internacionalización de la danza contemporánea sin perder los universos particulares de cada centro productor estuvo la vienesa Edith Wolf-Pérez, editora de la revista Affiche Tanz, que también apuntó como un hecho positivo el que la dirección artística de las compañías de ballet de los grandes teatros de ópera recaiga en manos de jóvenes, un fenómeno que comenzó en Francia y Alemania y que se ha extendido hasta la propia Viena, donde el italiano Roberto Zanella, de apenas 34 años, ha dado la vuelta a tan venerada institución académica.

Por otra parte, ha tenido una acogida irregular el grupo norteamericano Complexions, que dirigen dos prestigiosos ex bailarines de Alvin Ailey, Dwight Rhoden (que se encarga además de las coreografías) y Desmond Richarson, uno de los iconos del ballet negro norteamericano de las últimas décadas. La velada se compuso de tres obras que demuestran un amplio despliegue de corporalidad y energía al borde del paroxismo. No tienen un minuto de reposo y tampoco dejan pausas al público, alternando el sonido electrónico con el jazz y fragmentos clásicos. De entre todos los intérpretes, que tienen un altísimo nivel, destaca el compositor, cantante y bailarín Antonio Carlos Scott, brillante con el músculo y con las cuerdas vocales. Su voz sureña es aplicada a sus propias partituras, donde se alterna lo melódico con lo repetitivo y experimental. El baile va por los mismos fueros. Las chicas aparecen con zapatillas de punta o descalzas, y las evoluciones terminan por desorientar al venerable, que busca a toda costa encaminar una catarata de imágenes potentes pero usadas con franco abuso. El mejor momento coreográfico fue un dúo de Scott y Don Bellamy sobre música de Donny Hathaway, en el que la intimidad sentimental le ganó terreno a un tremendismo cosmopolita de dudosa unidad.

Aun así, el resultado final de la oferta de Complexions ya había sido anunciado en el coloquio precedente por Elizabeth Zimmer, del Village Voice, quien alegó que de tanto buscar, los caminos coreográficos habían sido borrados, aludiendo a una corriente que se empeña en mezclarlo todo, en un neobarroquismo que se aviene como anillo al dedo al apabullante desarrollo de medios tecnológicos dentro del producto de danza contemporánea. Edith Wolf-Pérez mostró un filme de un grupo austriaco que ironizaba cruelmente alrededor del folclor tirolés, en un rasgado de vestiduras que mira alrededor con la distancia que imponen los neomodernos del baile.

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