El Botánico, recuerden
En el 2002 se cumplirá el bicentenario del Jardín Botánico de Valencia, de cuyos singulares méritos y reconocimiento científico no viene al caso ocuparnos, de tan obvios. Pero sí es oportuno, y hasta obligado, recordar que la efeméride podría coincidir con uno de los más lamentables e irreversibles episodios urbanísticos del municipio. Bastaría para ello que por indolencia, cobardía o incivismo dejásemos las cosas como están y estrenásemos el nuevo milenio con la consumación de la injuria que se proyecta para ese espacio. Tal sería, y conviene recordarlo, que se perpetrase la construcción de un inmueble -la última de las tres tristes torres- en el antiguo solar de los jesuitas, impidiendo así la necesaria ampliación del jardín y la recuperación de ese entorno singular por su contenido histórico-artístico. Se comprende que la alcaldesa está hasta el pirri de este asunto. Rita Barberá heredó de las administraciones anteriores un embrollo envenenado y justo es reconocerle que pugnó por resolverlo, lo que ha conseguido en sus dos terceras partes. Cierto es que ha tenido a su lado un movimiento vecinal beligerante, tenaz y riguroso en sus planteamientos, que sigue vivo e igualmente belicoso. Pero nos tememos que el problema, en su último tramo, ha escapado de las manos edilicias y de los bríos ciudadanos. Es llegada la hora de que la Generalitat tome cartas en este conflicto y despliegue todos sus muchos recursos para vencer al constructor recalcitrante y obstinado en acuchillar un paisaje y un patrimonio que no le pertenecen. Compénsese al aludido con solares o dineros, como antes se hiciera con otros derechos adquiridos. Aprovéchense las fisuras legales de este desgraciado embrollo y, si procede, échese mano del propalado poder valenciano, que ha de empezar por ser trasunto de la autoridad moral y material del Gobierno autonómico. El cap i casal lo merece. Por si alguna reticencia hubiere, contémplese el viejo lecho del Turia, convertido en un caudal de vegetación y cultura, desde el antiguo matadero a la Ciudad de las Artes y las Ciencias. El Botánico y su marco es una de las joyas de ese flujo excepcional. ¿Cometeremos la tropelía que se urde?
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