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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Clinton respira

Si las elecciones parciales de Estados Unidos eran -y lo han visto casi todos- un referéndum sobre el destino de Clinton tras el escándalo Lewinsky, el presidente puede dormir más tranquilo. El proceso de impeachment seguirá su curso, aunque con menos ímpetu, en una Cámara de Representantes en la que decrece la mayoría republicana, pero se estrellará definitivamente ante un Senado que mantiene el equilibrio anterior: 55 escaños republicanos por 45 demócratas. Lejos de la mayoría de dos tercios exigida para destituir al presidente. Los votantes han apuntalado a Clinton, que podrá ejercer los dos años que le quedan de mandato como algo parecido al jefe que es de la única superpotencia del planeta. Algo que aliviará a la comunidad internacional y que ayer mismo sirvió para fortalecer al dólar.Desafiando precedentes históricos firmemente asentados, los votantes (un escandaloso 38% del censo) no sólo no han castigado al partido del inquilino de la Casa Blanca, sino que han restado a sus rivales republicanos cinco escaños de la Cámara de Representantes, dejando la relación de fuerzas en un mínimo 223 contra 211. Entre las pérdidas estelares de los republicanos figura en primer lugar el cargo de gobernador de California, después de 16 años ininterrumpidos, y uno de los dos senadores de Nueva York, lo que marca un cierto declive en los dos Estados más poblados de la Unión. El partido de Newt Gingrich se convierte así en el derrotado de estas elecciones a pesar de que sigue controlando aritméticamente las dos cámaras del Congreso.

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El partido conservador, que ha tirado en los últimos días 1.500 millones de pesetas en publicidad televisada para intentar hacer del caso Lewinsky el eje del voto, acariciaba ganar el martes 30 escaños para convertir al Legislativo en la apisonadora de Clinton. El ala más ultra de su estado mayor, enfrascada en el derribo presidencial a cualquier precio, se ha negado a ver lo que los sondeos reflejaban: la impopularidad de un Congreso que ha dado luz verde a la investigación del impeachment y la voluntad de los estadounidenses de que sus políticos se dediquen de una vez a tratar de mejorar la seguridad social, la educación o la sanidad, en lugar de profundizar sobre la relación entre el jefe y la becaria.

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La realidad es que, aparte del futuro presidencial y otros aspectos estrictamente locales, había pocas cuestiones candentes para hacer campaña. La economía se desliza por carriles engrasados, el Presupuesto está equilibrado y la delincuencia decae. Las encuestas reiteran el apoyo mayoritario a un presidente que, pese a sus torpezas, se ha batido por las grandes líneas del programa demócrata, sea la protección médica de los más desfavorecidos, la defensa de los derechos de las mujeres, los negros y los homosexuales o la creación de cien mil puestos de profesores. Clinton, consciente de su parca agenda doméstica, ha jugado fuerte la socorrida baraja de los grandes temas internacionales: Kosovo, Oriente Próximo, el apuntalamiento de un sistema financiero en crisis... El tiempo desvelará probablemente la precariedad de estos logros de última hora. Pero su efecto electoral -y eso es lo que cuenta- ha sido un bálsamo otoñal para la Casa Blanca.

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