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Crítica:TEATRO
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

La revolución abyecta

En 1929, Buenos Aires, siete conspiradores se reúnen en una habitación sórdida para hacer una revolución; piensan obtener el dinero convirtiendo su cueva en prostíbulo, y al final se convierten ellos mismos en sus pupilas, mediante una especie de metamorfosis hacia el "hermafroditismo psíquico". Roberto Arlt escribió esta fábula en la ciudad y en el momento de su actualidad: parte de su personalidad de hombre maldito se reflejaba en ella con una comicidad y una especie de surrealismo que se adelantaron en mucho a su tiempo y a su espacio: si Arlt venía de Dostoievski, iba claramente hacia lo que todavía no era Genet; hacia el teatro del absurdo, que no había nacido, y por un existencialismo que todavía no habían proclamado Sartre y Camus. Era y es una novela fascinante. Raramente escrita: Arlt tenía un padre prusiano en toda la extensión de la palabra, y heredó de él el acento con el que hablaba el español, la sintaxis en que escribía y un miedo insuperable a la vida. A los castigos de la casa, a las burlas de los compañeros de colegio, a la lejanía de los amigos; más tarde, al abandono de su mujer, a su penuria económica, al fracaso de sus inventos de químico.

"El pecado que no se puede nombrar"

Sobre la novela "Los siete locos", de Roberto Arlt; música de Carmen Badiero. Intérpretes, Luis Machín, Luis Herrera, Fernando Llosa, Sergio Boris, Alfredo Ramos, Gabriel Feldman, Alejandro Catalán. Escenografía, Norberto Laíno. Vestuario, Gabriela Fernández. Dramaturgia y dirección, Roberto Bartis. Compañía Sportivo Teatral. Festival de Otoño. Sala Triángulo.

Personajes disparatados

La novela tenía un protagonista, químico y apaleado y cornudo, casi con letra de tango; en esta dramaturgia de Roberto Baris son todos protagonistas, los "siete locos" que daban título al libro. Siete grotescos personajes, disparatados, que tratan de crear un gas con el que hacer desaparecer la sociedad. Y a Dios. Todo lo que sea poder, todo lo que sea amo. Sus toques son confusos: hay una mezcla del fascismo mussoliniano, convertido en cómico, y de eslavismo de nihilistas; y de la Argentina de la época, del lamento porteño. Finalmente, el objetivo de la revolución son ellos mismos: quieren transformar sus cuerpos, se pelean con ellos, hacen inventos más disparatados contra sí mismos.En realidad, contra todas las pobrezas humanas que el escritor ya expuso y combatió en su primera novela, El juguete rabioso (1926), y acentuó en ésta (1929) y continuó y terminó en Los lanzallamas (todas ellas publicadas en España por Bruguera hacia 1980): no hay revolución, pero sí hay muerte. La obra teatral no apaga el interés por las novelas: más bien introduce a ellas. Sin que pueda ser acusada de servilismo: es verdadero teatro.

El protagonismo se diluye entre los "siete locos"; casi siempre juntos en el espacio diminuto, casi siempre hablando casi al mismo tiempo y moviéndose vertiginosamente, gracias a una dirección excelente y a una interpretación muy buena. La unidad de estos siete desheredados está conseguida dentro de sus excesos individuales, de sus obsesiones, de sus objetivos. La caída en la abyección, aplastados por aquello que quieren destruir, conserva el dolor punzante de los perdedores definitivos con la comicidad de las situaciones fuertes; y el intelectualismo del diálogo resalta más la condición del absurdo.

El sábado había un público mayoritariamente joven que se entusiasmó: entendían y recibían más valores revolucionarios de los que proporcionaba la acción. Y premiaron unánimemente y con sobrada justicia a los actores que hacen este denodado esfuerzo sin dejar de mantener el aire de juego de la función.

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