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El Vaticano, dispuesto a pedir perdón por la Inquisición

Estudiosos convocados por el Papa niegan el "rigor despiadado"

Georges Cottier, teólogo del Papa, reconoció ayer implícitamente el deber de "pedir perdón" por los abusos históricos de la Iglesia. Cottier utilizó las palabras de Juan Pablo II en su exhortación apostólica Tertio Millenium Adveniente para explicar el sentido último del simposio sobre la Inquisición, organizado en el marco del Jubileo del año 2000, que se inauguró ayer en el Vaticano.

"La verdad no se impone más que por la fuerza de la verdad misma, que penetra en el espíritu con tanta dulzura como empuje". Palabras emblemáticas que encierran el juicio de la Iglesia sobre los turbulentos años de la Inquisición.En su bienvenida al medio centenar de participantes en el simposio -entre ellos media docena de españoles y un hispanista notable como el británico Henry Kamen- el teólogo pontificio precisó que la tarea emprendida por la Iglesia de "purificar su memoria" con vistas al nuevo milenio pasa por "restituir la objetividad al pasado". La Inquisición ha sido víctima también del efecto devastador de la propaganda, y el deseo de la Santa Sede -antes de asumir la responsabilidad que le cabe en los tribunales inquisitoriales- es que se esclarezca la verdad.

Previamente, el cardenal Roger Etchegaray, indicó que la inquisición romana "operaba bajo el control directo de la Santa Sede", mientras que "la Inquisición española y la portuguesa fueron asignadas a determinadas formas de intervención de la autoridad civil". Por tanto, para Etchegaray, hablar de varias inquisiciones, podría interpretarse como un intento de la Iglesia de eludir la responsabilidad en los tribunales ibéricos. La Santa Sede se dispone a apurar el cáliz de las culpas por los rigores de unos tribunales que, surgidos a mitad del siglo XIII, han durado casi hasta hoy.

Agostino Borromeo, presidente del Instituto Italiano de Estudios Ibéricos, uno de los asistentes al simposio, subrayó no obstante que "la investigación más reciente parece indicar que la tortura y la pena capital no fueron aplicadas con el rigor despiadado que, según algunos, caracterizó la actividad de los tribunales hasta su desaparición". Borromeo se basa fundamentalmente en los datos sobre la Inquisición española, la que más ha sufrido los efectos de la propaganda protestante, y la víctima propiciatoria de la nueva catarsis expiatoria emprendida por la Iglesia.

Si bien es innegable la violencia de la represión contra los conversos realizada por la Inquisición a partir de 1478, cuando el Papa Sixto IV concede a los Reyes Católicos la autorización de nombrar un Inquisidor general, la situación cambia a partir de 1485, cuando el Papa Inocencio VIII modifica esa concesión. Los datos históricos (y los tribunales españoles son de los pocos en dejar este valioso legado a la posteridad) reflejan el rigor de los sucesivos tribunales en su justo punto. De la segunda mitad del XVI a la primera mitad del XVII, el porcentaje de reos torturados oscilaba entre el 7% y el 11%. Entre 1540 y 1700 los condenados que pagaron en la hoguera sus "desviaciones", de un total de 44.674 casos, fueron el 1"7%.

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