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Las consecuencias económicas de la paz

La facultad de adaptación es característica de la humanidad". Con esta frase inició Keynes su libro Las consecuencias económicas de la paz, en el que criticó con lucidez y pasión el Tratado de Versalles firmado tras la I Guerra Mundial, con la pretensión añadida de "crear opinión general para el porvenir". Afortunadamente, en Euskadi no ha habido una contienda bélica strictu senso y, por tanto, nadie va a exigir reparaciones como las acordadas en la Conferencia de París durante los meses que sucedieron al armisticio. Pero sí que habrá consecuencias económicas de la paz, siempre que su estallido sea definitivo y el País Vasco acierte a integrar en su seno democrático a esa "sociedad dentro de la sociedad", en expresión de Kepa Aulestia, que la violencia ha contribuido a tejer y alimentar. La economía vasca se ha visto forzada a adaptarse a numerosas turbulencias en los últimos 25 años. Sucesivas crisis han golpeado el que durante más de siglo y medio fue el conjunto motor de su industria, al entrar en declive mundial sus sectores más representativos: siderurgia, construcción naval, electrodomésticos de línea blanca y diversos bienes de equipo. Las continuas reconversiones sectoriales y la desaparición o drástica reducción del tamaño de numerosas empresas extendieron entre la ciudadanía vasca la sensación de que la aconsejable adaptación permanente de su industria a las situaciones cambiantes del mercado se había convertido en un ajuste interminable de la misma y en una hemorragia sin fin del empleo en el sector. Conciencia del estado de la economía agigantada por los nocivos efectos atribuibles a un terrorismo que, a fuerza de asesinatos, secuestros y extorsiones, superpuso valores política y socialmente nefastos sobre las virtudes con que tradicionalmente eran conocidos los empresarios, los trabajadores y los productos vascos. Percepción, en fin, tristemente confirmada por la realidad: pérdida de posiciones relativas en el ranking de la renta familiar disponible, creciente vulnerabilidad a las vicisitudes del ciclo económico, traslado parcial o total de centros de decisión, incapacidad para alcanzar pactos socioeconómicos relevantes y decadencia dentro del conjunto español, por decir lo menos. Sólo la decidida actitud inversora del sector público, el aire fresco proporcionado por los repuntes coyunturales y, sobre todo, la generosa capacidad de resistencia de muchos empresarios, profesionales y trabajadores, inaccesibles para la resignación y el fatalismo, han conseguido que tantos años de violencia no hayan sido capaces de ahogar la base industrial y económica del País Vasco, muy entonada, por cierto, en estos últimos años de bonanza.

La primera consecuencia económica de la paz sería la mejora de lo que se conoce como el clima general de los negocios, que siempre trae viento favorable para la inversión, acarrea agua y sol para el crecimiento del empleo y ayuda a encontrar respuestas en las fases declinantes de la coyuntura. El empresario vasco, como cualquier otro, necesita un ambiente propicio para el desarrollo de su actividad creadora y, aunque su imagen social ha mejorado notoriamente estos últimos años, durante mucho tiempo no lo ha encontrado en su tierra. Bien al contrario, "las actuaciones de ETA y el discurso ideológico que le sirve de apoyo han conducido a una deslegitimación de la figura del empresario que ha contribuido a mitigar el espíritu emprendedor o la vocación empresarial que parecía haber distinguido al pueblo vasco" (M. Navarro et al.). El empresario necesita tanto de la libertad y de la apreciación social de su tarea como la sociedad reclama la certeza de que habrá un relevo generacional capaz de recoger el testigo de este escaso y, como tal, raro personaje, capaz de oler las oportunidades, de movilizar recursos externos a él, y de asumir los retos y riesgos inherentes a la decisión de invertir en el desarrollo de un proyecto de empresa. Los ajustes traumáticos en tal o cual empresa o sector se pueden superar, pero los vascos sabemos que si se apaga la llama emprendedora que iluminaba a las pasadas generaciones, y aún persiste (aunque bastante más débil), mucho del futuro se habrá perdido para siempre.

Otra consecuencia previsible de la paz será la recuperación de los niveles de captación de la inversiones directas internacionales que se asienten en España. Los porcentajes absorbidos por el País Vasco de esa inversión extranjera han ido descendiendo paulatinamente, desde el 10% de los primeros setenta hasta niveles anuales oscilantes entre el 1% y el 5% de la década actual, con lo que ello supone de pérdida de oportunidades tecnológicas y competitivas en una época caracterizada por la entrada masiva de inversiones foráneas en España. El restablecimiento de la imagen exterior del País Vasco, tan machacada por el terrorismo, y la progresiva superación del menor atractivo que para esta clase de inversión tienen las regiones de antigua industrialización, deberían contribuir a recuperar el esplendor perdido, y ayudaría también a potenciar otros procesos económicamente favorables, como el flujo turístico brotado del efecto Guggenheim.

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Un logro más de la paz sería la devolución del espacio público necesario para el inaplazable debate económico y social. La violencia y lo que la rodea han desviado sobremanera la atención de los medios informativos y, por ende, la ciudadana, hacia los aspectos más espurios de la política, y convertido a unos cuantos personajes, sólo versados en refriegas cuerpo a cuerpo, en el epicentro de la vida política vasca, sin que para ello hayan tenido que atender las exigencias de los asuntos económicos y sociales. Su creciente separación de los temas que verdaderamente preocupan a los ciudadanos ha sido reconocida reiteradamente por los políticos vascos más sinceros, y da pena rememorar, por ejemplo, la abulia con que el Parlamento vasco ha celebrado los debates anuales sobre algo tan importante para la economía de la comunidad autónoma como la política industrial. Casi todo en Euskadi ha estado pre-

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sidido por el autismo político, valga la expresión, y por la exaltación agresiva de las diferencias, Dios nos valga. Si la perpetuación de la estrategia del disenso y la confrontación depara amarguras, los vascos las hemos apurado hasta límites insoportables, cuando algunos cambios urgentes (diversificación del tejido productivo, relaciones institucionales, cohesión social, reconciliación sindical) exigen abandonar la trifulca y la administración del pasado para poder gestionar el consenso y modelar armoniosamente el futuro.

La ausencia de consenso social, de un acuerdo de mínimos sobre el modelo a seguir, ha sido la explicación más solvente de algunos fracasos y retrasos en las políticas de recuperación económica de regiones afectadas por el declive industrial y puede servir también para explicar el caso vasco hasta el presente. Porque, como ha apuntado un calificado representante de la patronal guipuzcoana, la violencia "ha pervertido las relaciones políticas y ha lastrado el desarrollo económico". Por el contrario, la ansiada paz rescatará la confianza en sí misma que la sociedad vasca ha tenido históricamente, facilitará el regreso de los empresarios emigrantes y permitirá devolverle a la iniciativa privada una parte del liderazgo económico actualmente detentado por una todopoderosa y omnipresente Administración. Liberada de la pesada carga de la violencia, la economía vasca puede volver a volar muy alto adaptada a la paz y pensando en las generaciones futuras. Justo lo que soñaba Keynes para la desquiciada Europa de su época.

Roberto Velasco es catedrático de Economía Aplicada en la Universidad del País Vasco.

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