Los nietos de Jospin
COMO ANTIGUO titular de Educación que hace ocho años afrontara la ira de los estudiantes de instituto, el socialista Lionel Jospin debe comprender bien las masivas protestas callejeras de los alumnos franceses. Y temerlas. Quizá por ello, el jefe del Gobierno ha declarado que "hay que responder a la exigencia de democracia y de ciudadanía de los jóvenes". Y ayer mismo, su ministro de Educación anunciaba en el Parlamento un plan de choque para poner fin a una revuelta estudiantil de tres semanas. Mayo del 68 queda ya a una generación de distancia, pero todos recuerdan muy bien que la entera parálisis francesa del invierno de 1995, provocada por el descontento de los empleados del sector público, fue precedida de manifestaciones universitarias. Probablemente es una suerte para un país que la opinión generalizada de sus estudiantes, de uno u otro nivel, acabe teniendo repercusiones relevantes. Denota que los poderes públicos toman en serio a quienes en pocos años serán los encargados de adoptar muchas de las decisiones que atañen a la vida colectiva. Para envidia de muchos -de los españoles, entre ellos-, Francia destina a la educación desde hace 10 años la mayor de sus partidas presupuestarias. Las aulas de sus liceos (el equivalente a nuestros institutos), donde se imparten a más de dos millones y medio de alumnos los tres últimos años de la educación secundaria, han sido históricamente la columna vertebral de una forma de ver el mundo, laica y republicana, de la que los franceses se sienten orgullosos.
Pero el hecho cierto, como se reconoce desde todo el espectro social del país vecino, es que la infraestructura de la enseñanza secundaria se ha quedado vieja. Viejas, pequeñas o infradotadas las instalaciones; viejos los programas, los propósitos; poco motivado o escaso el profesorado, sobre todo en ciencias y en lenguas extranjeras. Los estudiantes ya lo habían señalado en una gran consulta nacional desarrollada en primavera. Para complicar las cosas, el sistema educativo del país vecino, un millón de profesores, está en buena parte dominado por un poderoso y centralizado aparato sindical resistente al cambio
A diferencia de sus padres, los jóvenes que van a acabar el bachillerato (el doble que hace una década) y que por decenas de miles se han echado reiteradamente a la calle en las principales ciudades francesas, no lo hacen para rebelarse contra el sistema, sino para tener las mejores oportunidades dentro de él. Pese a algunos brotes de violencia, la ideología cuenta poco en un ámbito donde el paro de los que tienen menos de 25 años ronda el 30% (el 42% en España).
El titular de Educación, Claude Allègre, advertía hace unos días contra las ilusiones de acabar con la revuelta a golpe de talonario, en una coyuntura de austeridad del gasto. "El Estado no es Papá Noel", decía. Sus propósitos parecen haber sido desbancados por las circunstancias, pese a que la jornada de protesta estudiantil del martes no alcanzó la participación prevista. El programa nacional para los liceos anunciado en el legislativo francés prevé una inversión adicional de más de cien mil millones de pesetas en los próximos cuatro años y la contratación inmediata de hasta 14.000 profesores y supervisores. Diez mil de ellos se acogerán al empleo joven, una de las fórmulas creadas por Martine Aubry para combatir el paro.
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