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La Iglesia vasca: juego de equilibrios

Las estructuras eclesiales reproducen en su seno las quiebras del debate político en Euskadi

Para evitar interpretaciones estereotipadas o demagógicas sería conveniente contemplar la Iglesia como sociedad civil. Como una sociedad compleja que, con su propia diversidad de roles y su pluralismo ideológico, se desarrolla simultáneamente con la civil, de la que forma parte. Esta clave puede proporcionarnos una visión más cabal del papel que está jugando la Iglesia vasca en estos años recientes no sólo en las estrategias de la paz, sino también en las estrategias articuladoras del país.

Ambas estrategias, no exentas de tensiones, dan lugar a un juego de equilibrios y proyecciones diversas, resultado de las fuerzas internas de la Iglesia, así como de sus relaciones con el conjunto de la sociedad.

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Exceptuando un reducidísimo grupo de creyentes del entorno de ETA, el rechazo de esta organización por parte de la Iglesia es claro, explícito y reiterado. No obstante, las cautelas pastorales de la jerarquía, para no quebrar la comunidad eclesial, agudizando con ello la confrontación social, han reflejado una imagen ambivalente en sus posiciones públicas. Ejemplo de ello han sido, en los dos últimos años, las discusiones sobre si el obispo de Bilbao, Ricardo Blázquez, debe o no presidir los funerales por las víctimas del terrorismo o si el de San Sebastián, José María Setién, además de condenar por escrito a ETA, debe manifestarlo con gestos públicos. No ha de olvidarse en estos casos el gran poder simbólico de la jerarquía en sus representaciones colectivas.

Pero juntamente con las razones pastorales subyacen las políticas, ya que la Iglesia, como cualquier otro grupo social, está impregnada por las tendencias políticas existentes en la sociedad civil. De esta confrontación han surgido en Euskadi al menos dos estrategias de la paz.

En primer lugar, la que podría calificarse como política. Es la de quienes sostienen que hay que "buscar fórmulas político-institucionales más adecuadas a la realidad histórica actual del pueblo vasco, más allá de los dogmatismos políticos que de una y otra parte pueden afirmarse y mantenerse". En otras palabras, para dar salida a la paz habría que buscar fórmulas más flexibles que recompusieran el "enquistado" marco jurídico de la Constitución-Estatuto de Autonomía. Es la posición que viene manteniendo Setién desde hace años y que formuló explícitamente en septiembre de 1997, en sintonía con el llamado tercer sector o tercer espacio, tendencia muy extendida en grupos cristianos pertenecientes al amplio espectro nacionalista. La vinculación de la paz a una estrategia política concreta confunde el "conflicto violento" con los "problemas políticos" y puede generar procesos de división no deseados en la sociedad. Éste es un riesgo permanente que corre la Iglesia vasca, dada la composición hegemónica nacionalista de su clero y el liderazgo que ejerce Setién.

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En segundo lugar, la estrategia ética, marcada por aquéllos que hacen hincapié en la importancia de los referentes éticos de la no-violencia, de los derechos humanos, del derecho a la vida, como valores básicos y superiores a otros objetivos y valores políticos. Esta posición, que se canaliza a través de las mediaciones políticas, movimientos pacifistas - muy especialmente Gesto por la Paz, en el que militan numerosos cristianos- y partidos políticos, es sólida y creciente. Difícilmente cuantificable, muy plural ideológica y políticamente, representa al conjunto de cristianos anónimos que en muchos casos han crecido en los ámbitos de socialización de las parroquias, los colegios religiosos y las comunidades diversas de la Iglesia.

La "provincia vasca"

La estrategia de país tiene que ver con la disposición pastoralmente asumida por sus obispos para adecuar la institución eclesial al marco administrativo-político de Euskadi. Se trata de la creación de una provincia eclesiástica vasca que encaje o se acerque a la realidad social y política del País Vasco. Este proceso, que también afecta a otras diócesis y provincias eclesiásticas españolas, es particularmente delicado en el caso vasco porque pone en cuestión los límites de dos archidiócesis -las de Burgos y Pamplona- y cuatro comunidades autónomas, Navarra entre ellas. La Iglesia vasca se encuentra en una encrucijada histórico-pastoral en la que los ritmos de las iglesias locales no se ajustan a los ritmos vaticanos, más lentos y cautelosos, muy cuidadosos de no añadir tensiones políticas a la consolidación del Estado autonómico español. No obstante, este proceso de constitución de la provincia eclesiástica vasca parece inevitable, dependiendo tan sólo de aquellos ritmos y de una oportunidad política que lo haga aconsejable. Para facilitarlo será necesaria una buena dosis de acoplamiento interdiocesano, que va más allá de la publicación de escritos conjuntos de los obispos de Vitoria, Bilbao y San Sebastián y el arzobispo de Pamplona y que afectará a su organización y a las orientaciones pastorales de sus diócesis y, por supuesto, contribuirá a reforzar la identidad política del País Vasco.

A pesar de las críticas, muchas de ellas ácidas, nadie discute a la Iglesia su peso social e influencia en la sociedad vasca, así como su potencia para crear y articular todo tipo de grupos e iniciativas sociales -ONG, lucha contra la exclusión social, cooperación al desarrollo, tiempo libre-. Igualmente, la impronta religiosa ha marcado decisivamente la cultura, la educación o el desarrollo del euskera. Todavía está por hacer una evaluación rigurosa de estas aportaciones y, sobre todo, una descripción objetiva de lo denominado como sociedad civil eclesial.

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