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Tribuna
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Espejismo

Enrique Gil Calvo

Casi todas las encuestas pronostican un triunfo nacionalista en los inmediatos comicios vascos. Es verdad que IU y EA sufren importantes hemorragias, viéndose obligadas a devolver los votos prestados que hasta ahora usufructuaban: aquélla en beneficio de EH (antes HB), ésta otra a manos del PNV. Pero su anunciado descenso no parece lo bastante importante como para contrarrestar los incrementos que esperan PNV y sobre todo HB, como premio al indudable éxito político que ambas formaciones han obtenido convenciendo a ETA para que suspenda sine die su coacción criminal. Los partidos españolistas, por su parte, se conformarían con mantener sus actuales posiciones, adelantándose quizás el PP al primer puesto del frente estatal si logra fagocitar a Unidad Alavesa. Esto les debe resultar muy descorazonador, pues las expectativas que abrigaban antes de la tregua era mucho más triunfalistas, esperando acorralar al PNV y hundir a HB gracias al espíritu de Ermua. Pero el éxito del tándem Egibar-Otegi, generando el espíritu de Lizarra (o efecto Estella), ha roto todas las expectativas.

¿Podría surgir alguna sorpresa? Es posible. Interviene aquí un factor esencial, que es la tasa de participación. Y la sorpresa saltaría si descendiese mucho la abstención (que es habitualmente elevada en elecciones autonómicas), pues se confía en que indecisos y absentistas voten español en vez de nacionalista. Sin embargo, esto tampoco está tan claro. Es verdad que, probablemente, la participación aumentará. La tregua ha favorecido un claro descenso del nivel de intimidación, permitiendo que muchos electores potenciales del PP o el PSE, que hasta hoy desistían de votar, se atrevan a hacerlo ahora. Y además, las expectativas de pacificación y el temor a que triunfe el independentismo han elevado mucho el interés de estos cruciales comicios.

De ahí que muchos electores normalmente abstencionistas quizás opten esta vez por votar, tomando la cuestión como un asunto propio. Lo que no está claro es si estos votantes domingueros votarán o no españolista. Se dice que la mayor participación beneficia a los partidos estatales, pero no siempre ha sido así. En el año 1986, como consecuencia de la guerra sucia de los GAL, se produjo la situación opuesta: fueron las autonómicas vascas de mayor participación electoral, pero produjeron la victoria nacionalista más aplastante, recaudando HB 200.000 votos. ¿Qué sucederá en esta ocasión? ¿Se impondrá el voto del miedo, que beneficia a los estatalistas, o el voto de agradecimiento, que premia a quienes se arrogan haber alumbrado la paz?

Se recordará el caso de Churchill: una vez firmada la paz, tras la victoria de los demócratas sobre los nazis que puso fin a la IIGuerra Mundial, los británicos le agradecieron los servicios prestados premiándole con una derrota electoral. Pero Arzalluz no es Churchill, ni tampoco ha contribuido al triunfo del Estado de derecho sobre el terrorismo nacionalista. Antes al contrario, ha logrado por arte de birlibirloque transformar la virtual derrota de ETA en una victoria de su programa independentista: y ello sin más que rebautizar semánticamente su rendición como pacificación, dando una salida digna a los 100.000 vascos que seguían dispuestos a votar a matar.

Semejante ficción teatral ha vuelto a elevar la autoestima de la ciudadanía vasca, que últimamente se encontraba humillada, envilecida y degradada, permitiéndole salvar su honra calderoniana. Por eso, lo más probable es que lo agradezca premiando al PNV y HB con un triunfo electoral. Ahora bien, que no se haga ilusiones Arzalluz, pues la rentabilidad política que a corto plazo pueda reportarle la pax vascona podría revelarse como un espejismo más tarde, si los electores decidieran algún día rectificar. Todo dependerá de la ignaciana habilidad esquizoide que sepa desplegar el PNV para asumir el programa rupturista de ETA, tal como se ha comprometido a hacer en Estella, y gobernar al mismo tiempo la moderna, plural y centrada sociedad vasca.

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