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Y por soñar imposibles...

JAVIER MINA Preferiría hablarles de un enigma, pero la realidad está a certidumbres. Con todo, me arriesgaré. Caminando hace unos años por la montaña pirenaica, oímos -que haya testigos excluye la automixtificación- rebuznar como con altavoz. El burro en cuestión debía de ser más que un estentor pues atronaba el valle. Ya sé, llegados aquí esperan un chiste malo sobre Arzalluz, pero no hay tal, había vaca. Sí, una formidable que rebuznaba con toda su capacidad torácica y el acento de un asno educado en las mejores universidades. Obviamente, no es que estuviéramos frente a un cornúpeta políglota, sino ante un bicho que al criarse con la especie pollina adoptó su lengua olvidando el mugido natal. Visto el rumbo, quizás esperan que me enrede con asuntos de idioma materno, pero no lo haré. Bueno, ya que viene al pelo me permitiré tan sólo que aconsejen a Gerry Adams que cuando le transmita el incunable de Lizarra advierta a Clinton de que la lengua que se da aquí, por rara y ancestral que sea, no sirve más que para hablar, no vaya a ocurrir que la mediación degenere no en entrometimiento sino en la entrepierna, pues bastante testículo político hemos padecido. Y desde antiguo. Dicho esto, tendría que volver a la vaca para explicarles cómo se ha resuelto por fin el enigma del rebuzno. En cambio la actualidad me requiere a otros pagos. Bueno, a los de siempre. ¿Se han fijado que los llamamientos del Gobierno pidiendo una participación del 70% coinciden en cifra con la propia razón de ser la Plataforma del 0,7%? Por debajo de ella, aseguran, el triunfo será para el nacionalismo, mientras que el nacionalismo replica que con eso recaban, para ganar, el voto del miedo. Resulta bastante chusco que, apenas desaparecido el vocabulario político, el miedo vuelva de la mano de quienes se la tendieron a quienes atemorizaban, al igual que choca que un Gobierno y su oposición vayan tan ten con ten. Pero como no se trata de montar las tiendas frente a La Moncloa ni Ajuria Enea para pedir por el Tercer mundo -por cierto, ¿dónde está la tercera vía?-, dado que la pobreza no vota siquiera aquí, ni tampoco de bloquear el futuro consolidando bloques, convendría detenerse en lo más esencial y dramático. ¿Desde dónde se vota? Una encuesta muy reciente revela que la mayoría de los vascos supone que la tregua se debe más al pacto entre partidos nacionalistas que a factores como la debilidad de ETA, la política antiterrorista del Gobierno o las actuaciones judiciales, dando prioridad a lo que no ha sido causa sino consecuencia. Se demuestra así cómo cala lo que se cacarea, y más cuanto más ruido. Si a esto le unimos el hecho de que el 60% de los vascos no se atreve a hablar de política, ¿qué ciudadano estamos queriendo? Parece evidente que se necesita tiempo a fin de que, una vez desaparecidos los elementos de coerción, se asiente la sociedad civil y surja un ciudadano más seguro de sí y menos de lo que le dicen. Por no mencionar esa cadena que va del poteo al voto enredando bajo la presión del grupo a quien si discrepa se queda sin cuadrilla. De ahí que en las inminentes elecciones convenga que se imponga un empate técnico entre nacionalistas y no, cosa que puede lograrse disminuyendo la abstención. ¡Para qué rebuznar más? Lo que nos devuelve a la vaca. Un sesudo estudio japonés acaba de demostrar que cabras criadas por ovejas tiraban no al monte sino a los borregos, pese a vivir en un rebaño mixto de ovejas y cabras. Así, la vaca pirenaica no habría copiado su rebuzno de la compañía de burros sino de la intensa relación con la burra que la crió: madres no hay más que una, pero cuando hay dos, se impone la adoptiva. Y aquí viene la moraleja, el hombre no es una vaca, por mucho que a veces rebuzne, debido a que está hecho de cultura además de cromosomas y de madres propias o adoptivas. Pero si hasta una cosa tan obvia y monolítica como una vaca puede vencer sus instintos y cambiar, ¿por qué no vamos a soñar que la nieve ardía?

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