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¿Quién necesita ya un novio pescador?

Barbarroja debe estar alborozado en los caladeros del cielo. Al no tener descendencia masculina, las viejas leyes de la cofradía le condenaron a ser el último eslabón de una larga cadena familiar de diestros pescadores de anguilas y llobarros. A sus tres hijas, como al resto de mujeres, les estaba vedado el ingreso en la Comunidad de Pescadores de El Palmar y el derecho a faenar en L"Albufera. Pero aquellas normas sexistas acaban de caer apresadas en la red judicial. La titular del juzgado número 1 de Primera Instancia de Valencia, Pilar Cerdán Villalba, ha reconocido en una sentencia hecha pública el pasado lunes que las hijas de pescadores tienen pleno derecho a formar parte de la cofradía, en las mismas condiciones que los hijos varones. Una de las hijas de Barbarroja, Elena Marco, de 56 años, ya ha reservado el rincón más luminoso del recibidor de su casa en El Palmar para colgar enmarcado el fallo judicial. Una sentencia que obliga a la Comunidad de Pescadores a modificar sus normas para adaptarlas a los principios constitucionales que regulan el derecho de igualdad y no discriminación por razón de sexo para ingresar en ella. La resolución también obliga a la comunidad a indemnizar a Elena y a las otras cuatro mujeres que presentaron la demanda con los beneficios de un año de pesca por impedirles entrar en la cofradía en 1997. Han pasado cinco años desde que Teresa Chardí tomó la palabra en una reunión de la asociación de las amas de casa Tyrius de El Palmar para exponer una picazón que le reconcomía desde niña: "¿Por qué las mujeres no podemos pertenecer a la comunidad y pescar en L"Albufera?". Las amas de casa la ovacionaron y asumieron la reivindicación. No era la primera vez que se planteaba el tema. A finales de los setenta, recién aprobada la Constitución, otra mujer solicitó el derecho a pescar para transmitirlo a su hijo, pero acabó desistiendo por miedo a empeñar sus ahorros en un incierto proceso judicial. Esta vez, las mujeres de El Palmar arrinconaron sus viejos temores y le plantaron cara de forma decidida a la discriminación sexual perpetuada a orillas de L"Albufera. Ante la postura impermeable de la Comunidad de Pescadores, que no atendieron ni sus peticiones ni el intento de mediación de la alcaldesa Rita Barberá, Elena, Teresa y otras tres hijas de pescadores (Felicidad y Vicenta Dasí, y Teresa Bru) llevaron su caso a los tribunales. La juez requirió a los pescadores, por petición de la acusación, que presentaran sus actas internas. En ellas se ponía de manifiesto que sólo los varones tenían derecho a entrar en la comunidad y pescar en el lago. "Fue una prueba decisiva", celebra el letrado de las mujeres, Mario Pérez. El abogado de la defensa, Francisco Davó, advirtió nada más conocer la sentencia que el duelo no ha acabado y se verán las caras en instancias superiores. Las cinco mujeres no han descorchado botellas de cava ni han disparado tracas. Están dolidas porque al enfrentarse a las tradiciones masculinas de El Palmar han quedado estigmatizadas. Muchos familiares y vecinos bajan la cabeza, aprietan el paso y cambian de acera cuando se topan con ellas. "Nos miran como si hubiéramos profanado una reliquia", se lamenta Elena. "Después de la sentencia ha crecido la tensión y recibimos los peores insultos". Sin embargo, a Elena y a sus compañeras les mueve el orgullo de defender la tradicion familiar. Su padre, Barbarroja, pasaba las noches desde septiembre hasta febrero en la barca. Regresaba a casa al alba con la pesca, recogía el almuerzo y se volvía al lago. Con 56 años, Elena cree que ya ha dejado atrás la edad de pescar, pero quiere transmitir el derecho a sus descendientes. En cambio Teresa Chardí, de 42 años, está deseando salir a faenar. De pequeñas ayudaron a sus padres en la pesca, hasta que sus cuerpos adquirieron líneas femeninas y les dijeron que ya eran massa fadrines para andar entre el fango. "Sólo podíamos aspirar a casarnos, a ser posible con un pescador para que nuestros hijos no perdiesen el derecho a faenar", recuerda la presidenta de Tyrius, Carmen Serrano. Cuando empezaron a festejar escucharon en casa las mismas palabras de desaprobación: "Es un chico muy majo, pero no es pescador". Con esta sentencia, confían en que sus hijas y nietas puedan casarse con el chico que les guste sin que peligre la estirpe de pescadores.

Una comunidad cerrada

Los puentes que salvan los canales de L"Albufera para acceder a El Palmar son bastante recientes. Para comunicarse con el resto del mundo, los moradores de este poblado de casas apiñadas tenían que cruzar el lago en barca. El factor isleño ha reforzado su carácter de comunidad cerrada, firme valedora de las tradiciones y profundamente endogámica. Sus cerca de 900 vecinos comparten un escaso ramillete de apellidos (Bru, Aleixandre, Chardí, Dasí, Marco y unos pocos más). "Mentalmente, los pescadores también viven en una isla", critica Teresa Bru. En un paraje donde la fuentes de riqueza se limitaban a la pesca y el arrozal, formar parte de la Comunidad de Pescadores era una de las escasas alternativas para burlar la hambruna. Cuando el lago tenía aguas claras, los pescadores sacaban mucho dinero con la anguila maresa que se pescaba en las noches oscuras de invierno en que llovía o soplaba un viento muy fuerte. Carmen Serrano recuerda que la comunidad facilitaba la enseñanza, la asistencia sanitaria y otros servicios a sus socios. En cambio, a los que no pertenecían a ella por no ser hijos de pescadores, como Rafael Puchades, de 60 años, les llamaban "forasters" y no tenían derecho "ni a las mantas que les enviaban en la posguerra como ayuda humanitaria". El resquemor entre llauradors y pescadors de las novelas de Blasco en estado puro. "Tener un hijo pescador era un orgullo que no quería perder ninguna familia", comenta Elena. En invierno, el frío y el viento juzgan sin piedad en L"Albufera y sus aguas cenagosas son traicioneras, pero estas mujeres no renuncian a su condición de hijas del lago.

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