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Francisco Nieva publica sus sueños y recuerdos de la posguerra

El dramaturgo Francisco Nieva ha recurrido a sus sueños y recuerdos de posguerra como base para construir su quinta novela, Carne de murciélago (Plaza y Janés). Nieva, que estuvo arropado en la presentación de la nueva obra por sus amigos académicos, recordó que el germen de la novela, de la que se siente especialmente satisfecho, son sus andanzas por el Madrid de los años cuarenta.

Luis Antonio de Villena, de pie, como se hacían antes los banquetes de homenaje, y rodeado de amigos de Nieva, entre ellos el pintor José Hernández (que le ha hecho la portada), y de académicos como Víctor García de la Concha, Emilio Lledó o Gregorio Salvador, intentó presentar a quien, se le mire por donde se le mire, puntualizó, es absolutamente "impresentable: impresentable como dramaturgo, y ahora, novelista de éxito, e impresentable, por poco convencional, además de transgresor, como ciudadano libre que es Francisco Nieva".

Un transgresor

"Nieva es, antes que nada", señaló, "un transgresor de los límites sintácticos o sociales", y ha escrito, con su quinta novela, "una autobiografía convertida en sueños". Nieva, recordó, se apoya en los sueños de Quevedo, pero los de Nieva, agregó, son suyos y nada más que suyos. Carne de murciélago, subtitulada "Cuento de Madrid", es ciertamente un sueño de sueños, los de un joven aspirante a todo que emprende la ascensión en el Madrid de los años cuarenta, en un paisaje y con unos paisanos que bien podrían ser, admitió Villena, galdosianos de origen; pero ahí entra Nieva y los transforma, "los transmuta en sueños. El de Nieva es un realismo muy especial, un realismo químico".Villena se mostró convencido de que con esta quinta novela ha encontrado su propia piedra filosofal, que está sustentada fundamentalmente en un lenguaje que no sólo tiene una función comunicadora, sino que en él es, además y sobre todo, "transgresión y creación. La gran magia de Nieva ha inventado el lenguaje, y ese lenguaje le lleva a la realidad, no al revés". Nieva, concluyó, es heredero de la novela lírica.

Nieva, a la hora de agradecer, fue parco en palabras; dejó, sí, vagar su memoria: recordó sus andanzas en aquel Madrid de la posguerra, en aquel revuelto de esqueletos que, por ejemplo, halló un día vagabundeando por un cementerio; esqueletos con sus entorchados de académicos (de la época, ahora van de paisano) y de militares. Aquellos recuerdos fueron, reconoció, el germen de esta novela, de la que se siente especialmente satisfecho. Y lo dijo antes de invitar a hincarle el diente, si no a la carne de murciélago, sí a la de cordero, en su defecto. Y se comió en paz y armonía.

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