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Tribuna
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Saramago en Jalisco

José Saramago:Cuando el pasado verano, guiados por nuestro amigo Juan Cruz, llegamos Silvia y yo a visitarlos a Pilar y a ti en la isla de Lanzarote, primero pensé: esta isla no existe, es un espejismo, me acerco a una nave de piedra fantasmal anclada frente a las costas de África... ¿Cómo va a existir una isla que no acaba de nacer, que no ha tenido tiempo de hacerse historia?

Miramos las montañas de fuego helado que dominan el paisaje y recordamos que hace apenas dos siglos no existían. Mira: nos dimos cita en una isla trémula donde el fuego está enterrado pero sigue vivo, donde basta plantar un árbol a menos de un metro para que sus raíces ardan y verter un cántaro de agua en un hoyo para que el líquido hierva.

Allí viven Pilar y tú, Saramago, y al llegar a Lanzarote yo me pregunté: ¿cómo puede este escritor escribir rodeado de cordilleras debajo del mar y arenas de un azul más intenso que el del océano y el cielo juntos?, ¿qué poderes posee Saramago para vencer con su pluma, día con día, la naturaleza terrible, helada e hirviente a la vez, de esta isla que debió permanecer, quizás, para siempre sumergida, parte del cráter del mar?

Perdóname, Saramago, pero desde entonces leo y releo tus libros imaginándome en Lanzarote e imaginándote a ti escribiéndolos todos en esa isla que te permite viajar por la vida sobre una balsa de piedra con velámenes de papel.

Lanzarote es el paisaje del primer día de la creación.

Y el primer día de la creación Dios dijo en el principio fue el verbo y se retiró a su hacienda de nubes, habiendo abierto y cerrado, instantáneamente, con su solo verbo, el libro de la creación.

Entonces llegó Saramago y dijo:

Es cierto. En el principio fue el verbo, pero el verbo no es eterno, es simplemente interminable.

Acaso Dios, al decir su primera palabra, creyó que decía la última palabra.

Y los poderes del mundo estuvieron de acuerdo con Dios. No hay nada que añadir. Todo está dicho, todo está legislado. Las imperfecciones del mundo son menores y podemos arreglarlas, como se arregla un automóvil o una cafetera.

En cambio, llega Saramago el novelista y nos dice: Nada está dicho. Todo está por decirse. Cada vez que alguien dice "Todo esta Dicho", ello significa que "No se dice Nada". O que ya no se debe decir más. A callar se ha dicho. José Saramago quiere unirse así a los hombres y a las mujeres que necesitan decir sus palabras. Ésta es la razón de su trabajo y el honor de sus novelas: Decir la palabra anterior, la heredada. Pero también la palabra por venir, la deseada. Ésta es la cosecha del novelista Saramago: todo lo dicho y todo lo que falta decir.

Estoy definiendo el arte de Reis, el Memorial del convento, La historia del cerco de Lisboa, El Evangelio según Jesucristo, el Ensayo sobre la ceguera y, finalmente, Todos los nombres, los nombres de la humanidad que no ha dicho su última palabra.

Ricardo Reis, Saramago: Somos más de un solo Fernando Pessoa, somos una pluralidad de seres parlantes, todos podemos ser poetas.

Historia del cerco de Lisboa, Saramago: Basta cambiar un dato para que cambie totalmente la historia. Como el jugador de ajedrez, el novelista Saramago, al mover una pieza del tablero, sacrifica el millón y medio de posibilidades y secuelas que un movimiento distinto hubiese desencadenado. Así le rinde cuentas Saramago a la verdad: multiplicando las posibilidades de la libertad.

El Evangelio según Jesucristo, Saramago: ¿Por qué no le advirtió el carpintero José a todas las madres de Israel lo que José sabe: que Herodes va a asesinar a todos los recién nacidos del reino? ¿Por qué? ¿Para salvar a Jesús, para que Jesús cumpla su destino, que será, también, la suerte de la muerte? ¿Reserva José a Jesús para la muerte en el Gólgota? ¿Por eso lo salva de Herodes? Y los demás, todos los otros niños, ¿esos qué? ¿Puede levantarse la gloria de Dios o la de un gobierno sobre la miseria de un solo niño muerto?

Todos los nombres, Saramago: Don José, el escribiente de la vida y de la muerte, sabe que no puede pronunciarse el nombre de Dios sobre el silencio anónimo de todos los hombres. Di el nombre de Dios, Saramago, sólo para clamar que se digan también todos los nombres silenciados por la crueldad de Herodes.

Eres un hereje, Saramago, y hereje quiere decir el que escoge, el que cuenta una historia diferente.

Sigue narrando, Saramago, no cuentes la historia que nos contaron, sino la historia que imaginamos, la historia que aún soñamos.

No aceptes ninguna verdad, Saramago, pídele cuentas a todas las verdades. No te sometas a la civilización que nos imponen, Saramago, sigue creando una civilización a la que podamos pertenecer libremente.

Avísales a los vecinos, Saramago, escribe para dar la voz de alarma, ahí viene el asesino, el déspota, el torturador, el indiferente, el desdeñoso, el que odia a todos menos a sí mismo, el que se encoge de hombros; enfréntalos, Saramago, con la pasión de tus novelas, no te des por vencido, Saramago, no te rajes.

Tus lectores, aunque son muchos, siempre son pocos, pero tus lectores, aunque son pocos, siempre son muchos.

Dale la cara a tu isla ardiente, Saramago, y navega con ella, con tu balsa de piedra narrativa, al lado de Pilar hasta nosotros, tus amigos aquí en Guadalajara, donde los esperábamos a los dos con los brazos abiertos para oír, por fin, el canto de las sirenas.

Sigue escribiendo, Saramago, la interminable Odisea que vas cantando de isla en isla, de lector en lector, hasta formar el más hermoso archipiélago de la Tierra, el rosario del libro que se niega a escribir la palabra Fin.

No, la isla de Saramago no acaba de nacer, la isla no ha tenido tiempo de hacerse historia, la isla espera la siguiente novela de José Saramago para seguir naciendo, para inventar la historia, para darle ojos al ciego y nombre al anónimo y justicia al oprimido y vida al niño.

En nombre propio y de Gabriel García Márquez, me da un inmenso placer ofrecerle la Cátedra Latinoamericana Julio Cortázar al gran escritor portugués y universal José Saramago.

Texto con el que Carlos Fuentes recibió a José Saramago durante su visita a México, en Guadalajara, Jalisco, el 13 de marzo de 1998.

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