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FERIA DE OTOÑO

El capote de Fernando Cepeda

Acababa de empezar la corrida cuando Fernando Cepeda se abrió de capa, toreó a la verónica y dejó a la afición viendo visiones.La verónica así ejecutada es un toreo que ya no se lleva. Lo que se lleva es marcar el lance con mucha composición y, al rematarlo, salir corriendo. Fernando Cepeda, por el contrario, embarcaba con la misma composición o aún mejor y, al rematar el lance, ya había ganado un paso, ya estaba colocado para el siguiente, ya se traía al toro toreado y lo embebía en los vuelos del percal.

Sí señor: eso es torear.

La afición visionaria comentaba que, después de aquello, no hacía falta ver más y se podían ir todos a casa. No podían imaginar los aficionados visionarios cuánta razón tenían, pues el resto de la corrida valió bien poco. Si no llega a darse, tampoco habría pasado nada.

Gavira / Cepeda, Vázquez, Moreno

Toros de Gavira, tres primeros de escasa presencia, restantes con trapío; inválidos los dos primeros; poco bravos, 4º y 6º bravucones, manejables en general. Fernando Cepeda: media estocada baja (algunas palmas y saluda); media trasera caída (silencio). Javier Vázquez: estocada perdiendo la muleta (silencio); estocada atravesada que asoma, perdiendo la muleta (silencio). José Luis Moreno: pinchazo muy bajo, pinchazo y estocada (aplausos y salida al tercio); pinchazo y estocada (vuelta).Plaza de Las Ventas, 4 de octubre. 3ª corrida de feria. Cerca del lleno.

No quedan desmerecidos, por ello, los méritos de los lidiadores, que los tuvieron, a veces en alto grado. Los méritos fueron más relevantes en José Luis Moreno que estuvo valentísimo con la muleta. Distinto es que su manejo poseyera los rasgos artísticos que al público agrada y a la afición enardece. Un toreo de pico -la muleta en posición oblicua es eso del pico-, inclinado el torero hasta medio tumbarse para el faenar, no tiene éxito en Madrid, donde se exigen más académicas formas.

Ocurrió, sin embargo, que hubo achuchones y José Luis Moreno los libraba sin pérdida de coraje; reaccionaba volviendo recrecido a la cara del toro. Los arrimos tienen un valor superlativo, efectivamente, y con ellos se ganó José Luis Moreno al público y a la afición.

Se los ganó principalmente en el sexto toro, un manso de la variedad de los bravucones que tomó cuatro varas y no se caía. Un manso que sacó genio al principio del muleteo, pasó a reservón después, y en ambos tiempos José Luis Moreno le porfió derechazos y naturales con ardorosa entrega, frecuentemente a un palmo de los pitones, sin que la tenaz insistencia consiguiera encelar su temperamento reservón. La emoción hizo vibrar los tendidos y se sucedían las ovaciones.

Claro que el toreo había otra forma de entenderlo. Ahogando las embestidas es difícil provocarlas. Un pasaje final reveló la importancia que tiene esta cuestión de las distancias: volvía José Luis Moreno de recoger la espada verdadera, paró a armarla con la pañosa, y al verlo el toro, se le arrancó de largo, fijo y codicioso, pasando y humillando sin problemas cuando vació la embestida mediante el pase de pecho.

El toreo de clase lo intentó reiteradamente Javier Vázquez, sin completo lucimiento porque sus dos toros apenas lo permitían: chico e inválido el que salió segundo, cuajado y manso en la modalidad de los tardos el que hizo quinto. Javier Vázquez es uno de esos diestros con vocación y sentimiento que aún no han podido dar toda la medida de su torería. Llegará el día y entonces se verá.

Lleva ya tiempo Javier Vázquez en esta profesión pero el tiempo no cuenta igual para todos. Quién emprende una carrera meteórica, quién madura poco a poco -estos suelen ser los mejores-, quién ha de superar los avatares del infortunio. A este último grupo pertenece Javier Vázquez, que sigue, fiel a la ortodoxia del arte de torear. Y no varió el rumbo en esta oscura tarde de otoño, en la que empleó el toreo al natural como fundamento de sus faenas.

El toreo al natural apenas lo intentó Fernando Cepeda. Parece mentira en tan consumado artista. Al cuarto toro, de impresionante encornadura, le hizo la faena entera sobre la derecha -la izquierda ni la tocó- y además resultó plúmbea. El aluvión de pases, casi ninguno bueno, que le dio al primer torucho ni se podía consentir pues aquel impresentable animal padecía una invalidez absoluta. Seguramente por compensar, entró a quites para repetir las verónicas, pero no le salían. Las verónicas aquellas del principio de la corrida quedaron allí, inmortalizadas, para quien las quiera igualar. Que será difícil. Ni el propio Fernando Cepeda fue capaz.

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