Internacional
JUSTO NAVARRO Lo más temible de las declaraciones autodeterminantes que están promoviendo los partidos más votados autonómicamente en el País Vasco y Cataluña, lo más terrible no será la quiebra de España, una y grande, sino la unificación de España en un mismo clamor regionalista, toda España unida, menos la España más honda y sordomuda, la España sin economía o con economía fantasmal, deshabitada. En lugares de tráfico económico y político se desatará el fervor de situarse en el nuevo mapa nacional (aunque ya no sea nacional, sino federal o confederal), y en Andalucía los profesionales del fervor ya se dividen entre quienes pregonan la defensa de la Constitución española en nombre de Andalucía y el reventamiento de la Constitución en nombre de Andalucía. La Andalucía que se precia de no tener nada que envidiarles a esos vascocatalanes autodeterminantes incrementará la producción de esencias patrióticas: cantará y bailará mucho más en los próximos meses, y todos recordaremos que somos amos de un habla propia, una cultura propia y una bandera. La televisión andaluza se llenará de programas con Duende (el Duende es el verdadero Espíritu Andaluz), y todos imitaremos el andaluz imitado de esos locutores y locutoras que, cuando hablan por los micrófonos de la radio y la televisión, ensayan un andaluz de doblaje cinematográfico. A mí me suena a un andaluz de propietarios de Sevilla y Jerez, vieja marca de distinción en bares y cabarés madrileños, donde el bebedor alardeaba de tener tierras en Andalucía, cotos de caza, abolengo de heredero de algún reparto de bienes raíces bendecido por un rey en tiempos de la Reconquista. Es el andaluz que el señorito impostaba para confraternizar con sus jornaleros en las romerías y los días de cosecha. Las esencias andaluzas que más rezuma la televisión andaluza nacional e internacional resucitan el duende de una fiesta de señoritos en 1960, guitarra y taconazo, una gitana, un toro bajo la luna o al sol del degolladero artístico-taurino: campo, pellizco y corazón, ay, mira cómo me pone los vellos de punta este mundo aflamencado, achulado, gracioso y fulgurantemente lacrimógeno antes de volver a estallar en risotadas y palmotazos. Es una Andalucía que existe, sí, muy esencialmente andaluza, aunque también exista una Andalucía de las ciudades, con sus tradiciones. Pero lo más nuestro, lo más auténticamente nuestro parece ser lo espontáneo a fuerza de ser repetido y muy sabido, lo que entra a la primera por oídos y ojos, lo impuesto o aprendido sin esfuerzo. Lo que exige atención y afán de comprensión no vale la pena, y una cerrazón de patio bailaor o zambra domina sobre el internacionalismo de la realidad: la industria y el campo andaluces sobreviven gracias a conexiones internacionales, las universidades andaluzas contribuyen a líneas de investigación supranacionales. Francisco Ayala y Carlos Castilla del Pino son andaluces. Diego de Velázquez nació en Sevilla en 1599. Ayer, en el Palais des Fêtes de Estrasburgo, el Cuarteto Arditti interpretaba, como homenaje, dos piezas del compositor andaluz Francisco Guerrero (1951-1997).
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