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Tribuna
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¡A la hoguera!

¿Quién podría resistir un interminable interrogatorio de hostiles fiscales sobre nuestras prácticas sexuales, sobre nuestros pecados? Eso es lo que yo pensaba mientras veía el vídeo de la declaración del presidente ante el gran jurado.Era una cinta que nunca debería haberse mostrado, algo que ha degradado a EEUU, y no sólo por los detalles sexuales en los que tanto insistieron los fiscales. Al hacerla pública se destrozaron las normas de intimidad que cualquier sociedad decente respeta.

En la época en la que su país vivía bajo el comunismo, el gran escritor checo Milan Kundera advirtió sobre el coste de revelar "la vida íntima. La policía la destruye en los países comunistas, los periodistas la destrozan en los países democráticos y poco a poco la gente pierde su aprecio por la vida privada y su sentido. La vida, cuando uno no puede ocultarse de los ojos de los demás, es un infierno... Sin el secreto, nada es posible: ni el amor ni la amistad".

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Naturalmente, Clinton cometió los errores que desencadenaron todo esto, como él mismo reconoció ante los fiscales cuando dijo que no profundizaría en los "profundamente dolorosos" detalles. "Esto ha sido ya suficientemente duro para mi familia y para mí", dijo, "aunque asumo la responsabilidad. No culpo a nadie que no sea yo mismo".

Pero sus errores no pueden justificar el ilegítimo proceso que ha llegado a un clima de histeria en Washington: un fiscal que rompe las normas para destruir al presidente, unas cadenas de televisión que actúan como el coro del fiscal, unos republicanos sectarios en el Congreso que defraudan el principio según el cual los conservadores respetan las instituciones.

Kenneth Starr ha hecho cosas a Clinton que ningún ciudadano normal hubiera sufrido. Nadie que esté bajo la investigación de un gran jurado vería su testimonio -uno de los secretos más protegidos de nuestro sistema legal- difundido por las ondas.

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Starr ha humillado deliberadamente a la primera dama al citarla a declarar ante el gran jurado y obligarla a pasar entre la aglomeración de periodistas frente al tribunal. Para evitar esto, el presidente pidió que el interrogatorio fuera en la Casa Blanca. Starr estuvo de acuerdo, a condición de que fuera grabado. Después entregó la cinta al Comité Jurídico de la Cámara, cuya mayoría republicana, tal y como él esperaba, la hizo pública.

Los ayudantes de Starr intimidaron a Monica Lewinsky la primera vez que se vieron con ella e impidieron durante diez horas que se comunicara con su abogado. Su oficina se dedicó a las filtraciones ilegales con todo descaro.

En cuanto al Congreso, es instructivo comparar el funcionamiento del Comité Judicial con lo que pasó en el caso Watergate. Entonces, el fiscal especial Leon Jaworsky envió al Comité una maleta con las pruebas sin añadir más comentarios y sin hacer estridentes llamamientos en favor de un impeachment; el contenido no fue filtrado ni lo ha sido hasta la fecha. El Comité se reunió en privado muchas veces antes de mantener debates públicos. Fue respetuoso con el procedimiento y deliberada y claramente bipartidista.

Quizá la mayor diferencia está en la prensa, especialmente en la televisión. Ahora, los programas de "noticias" del domingo suenan como una multitud en un auto de fe, una hoguera de la Inquisición.

Mi colega Russell Baker ha sugerido que las televisiones, que hace mucho predijeron la caída de Clinton, están furiosas con la opinión pública, que no está de acuerdo, y por eso aprietan las tuercas. Otra razón es el dinero. Las cadenas creen que la forma de competir con el cable es hinchar esta irresistible historia de sexo.

Dudo de que Clinton quedara dañado por el vídeo. Parecía estar desolado; controló su genio más de lo que habríamos hecho la mayoría. Pero somos nosotros los que quedamos dañados. El vídeo fue un paso más en un proceso que es profundamente anticonstitucional. Y perjudicó todavía más la imagen de EEUU ante el mundo.

Al final, yo no creo que el Senado juzgue al presidente, con Monica Lewinsky como testigo. El sexo y las mentiras sobre el sexo no constituyen base para el impeachment. En su lugar, nuestro sistema está siendo ensuciado por el exceso fiscalizador y la política de la impudicia.

© The New York Times

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