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Norte-Sur, otra vez

Joaquín Estefanía

La bondad de los consejos de muchos asesores privados en la actual crisis financiera ha quedado seriamente deteriorada. El semanario alemán Der Spiegel escribe: "Hay asesores occidentales que, sin conocer la gente ni el país, quieren implantar el capitalismo en Rusia y el sureste de Asia. Sin embargo, sus ideas han fracasado y con sus estrategias han conseguido ante todo una cosa: la caída de los Estados en crisis".Sobre uno de los más conocidos asesores, el profesor de Harvard y consejero de Yeltsin (después de haber ejercido este papel en otros lugares tan distintos y tan distantes como Bolivia o Polonia), Jeffrey Sachs, opinan los autores del reportaje que cree que la cruda economía de mercado, según la definición de Chicago, vale para cualquier lugar del mundo; que su modelo histórico es la colonización del salvaje Oeste; que su credo irrenunciable es el de mercados libres, precios libres; pero que sus recetas se aplicaron por imposición en un país que todavía no tenía ninguna tradición capitalista. Y concluyen de esta manera tan gráfica: un cortejo de más de 30.000 asesores se puso a recorrer el país. "Aparecían por todas partes como ladrones de cadáveres", dice un consejero occidental en Moscú, "siempre a la caza de buenos encargos de asesoría. Lo mejor eran las privatizaciones, porque ahí es donde había más dinero de subvenciones".

Paradójicamente, Sachs acaba de dar a luz un largo texto en el que afirma que el tan pregonado triunfo del capitalismo global se ha ido empañando en las últimas semanas, y que, para que vuelva a funcionar, es necesario integrar en él a los países en desarrollo, los grandes paganos de la crisis. Vuelve la dialéctica Norte-Sur, que en los últimos tiempos había pasado de moda y de la que no era de buen gusto hablar. Para Sachs, durante una década ha habido un falso consenso en Washington sobre cómo alcanzar la prosperidad compartida, y prácticamente ninguna discusión real entre países ricos y países pobres acerca de los retos que aguardan a un mundo en el que la desigualdad de la renta es mayor que nunca. El economista de Harvard propone que, en lugar de la cumbre del G-8 (los siete países más ricos, más Rusia), se reúna un G-16 (el G-8 más ocho representantes del mundo en desarrollo, entre los cuales estarían Brasil, India, Corea del Sur y Suráfrica). "La sensación de una administración compartida por ricos y pobres", ha escrito Sachs en The Economist, "contribuiría enormemente a tranquilizar a los mercados financieros cuando les entra el pánico. (...) Más importante que tranquilizar a los mercados despavoridos es dar a los países pobres una participación en el futuro compartido".

Una visión eurocéntrica -como la que solemos hacer- de la crisis de los mercados financieros impide insistir en que es la otra parte del mundo la que la sufre más. El informe de la UNCTAD (Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo) del año 1998, presentado esta semana, traza un panorama sombrío: por primera vez desde la crisis inicial del petróleo, en 1973, los países subdesarrollados crecerán este año menos que los desarrollados. Los países del Primer Mundo crecerán un 1,8% como media, mientras que los del Tercer Mundo pasarán de casi un 5% en 1997 a un 1,7% en el ejercicio actual. Ello significa que aumentan las diferencias entre las dos zonas geoeconómicas y que la crisis financiera se ha cebado más en unos ámbitos que en otros.

El organismo de las Naciones Unidas se alinea con los partidarios de generar mecanismos de control de los capitales (los flujos liberalizados de los capitales son altamente inestables y es difícil identificar los factores que pueden desencadenar por sorpresa una crisis financiera; por tanto, es aconsejables "asignar un papel importante a los controles de capitales") e incluso de que los países azotados por la acción de los especuladores puedan declarar moratorias unilaterales de los pagos de su deuda externa. El control de los movimientos de capitales, que era tabú hasta antes de la crisis financiera, está levantando un debate muy profundo entre los expertos, e incluso en el sancta sanctorum del liberalismo mundial (hasta que fue repudiado por los mismos liberales), el FMI.

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