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Ni cese ni dimisión

El nacionalismo vasco no pierde nunca. Mejor dicho, convierte toda pérdida en beneficio. Ni los más dialécticos entre los dialécticos llegaron a soñar en sus pesadillas una estrategia de la retorsión tan tenaz. Adelántate a la pérdida y ganarás siempre: ésta parece ser la pauta oculta de toda la política abertzale desde los tiempos de Sabino Arana Goiri. Comportamiento paradójico que a los no nacionalistas les resulta difícil de entender, porque consiste en algo que parece contradecir la concepción de la política como ámbito sometido a criterios de eficacia y cálculo racional: la instrumentalización de la derrota, el fracaso como arma en la lucha por el poder.En este sentido, ni las más lúcidas reacciones al comunicado de ETA dejan de resultar decepcionantes. Sostener que la organización que ha anunciado la tregua es una banda vencida por el Estado de Derecho, el rechazo de la sociedad y la cooperación internacional contra el terrorismo, por muy certero que resulte, constituye un análisis incompleto. Todos estos factores explican la interrupción de los atentados. Pero no el anuncio del alto el fuego ni el propio contenido del comunicado (mucho más extenso que el anuncio en cuestión). Éstos se inscriben en una nueva estrategia conjunta de las diferentes familias del nacionalismo, reducidas a la unidad tras el llamado Acuerdo de Estella: insidioso golpe de efecto que, a la vez que reconstruye una comunidad abertzale bajo el signo común de un aparente pacifismo a la irlandesa, intenta desarmar moralmente a las fuerzas políticas no nacionalistas, conminándolas a dar una respuesta inmediata a la "oferta de paz" de los terroristas. Supongamos que el Gobierno del PP, apoyado en esto por los socialistas, se negase a tomar en consideración dicha "oferta" (por pura coherencia con su análisis: una organización derrotada no estaría en condiciones de imponer condición alguna) o bien exigiese de ETA, para comenzar a hablar con la banda o sus representantes, un gesto definitivo: la entrega de las armas, como quiera que esto se entienda (en la práctica, la entrega de las armas no pasaría de tener una relevancia meramente simbólica: grupos terroristas como ETA -o incluso como el IRA- poseen arsenales limitados y podrían adquirir otros semejantes sin gran esfuerzo, si decidieran volver a las andadas). En tal caso, ambos, Gobierno y primer partido de la oposición, serían presentados por los nacionalistas -y por IU- como los auténticos culpables de que el "sufrimiento" de la población se prolongase. Sobra decir que los nacionalistas intentarían administrar políticamente ese "sufrimiento".

En el supuesto de que el Gobierno cediera a las presiones nacionalistas, por pocas que fueran las concesiones hechas, se traducirían en un inmediato deterioro de la situación de los ciudadanos no nacionalistas en el País Vasco. Cualquier muestra de debilidad del Estado supondría un aumento del ya preocupante grado de indefensión de aquel sector de la sociedad vasca al que ETA ha definido en su comunicado como objetivo a batir y doblegar; es decir, "quienes son y seguirán siendo enemigos de este proyecto" (el suyo), contra los cuales la banda ha decretado, por segunda vez en lo que llevamos de mes, "la persecución social". Se acabó -de momen-to- el terrorismo selectivo: el asesinato de concejales del PP, por ejemplo. Comienza la fase de acoso y linchamiento, mediante las formas de terrorismo difuso que el fascismo nacionalista ha ido perfeccionando durante los últimos años, de cualquiera que pretenda plantar cara al nacionalismo reconstruido y rampante. No es alarmismo gratuito: léase el comunicado de ETA con detenimiento, y léase también el que hizo llegar a Radio Euskadi el pasado día 1 de septiembre, abriendo un nuevo frente contra "los enemigos del euskera". No puede concebirse una imitación más fiel del modelo republicano irlandés, ya que en eso estamos. Tras el alto el fuego del IRA, en 1994, el Sinn Fein lanzó su estrategia de movilización callejera para forzar al Gobierno británico a acelerar las negociaciones "de paz". Esta estrategia, anunciada por Gerry Adams el 16 de abril de 1995, se ensayó por vez primera el día 3 de mayo de ese año en Derry, con motivo de la visita de John Mayor, y dejó un saldo de doce policías heridos. Si el Estado se inhibiera ante la puesta en marcha de una estrategia de este tipo (lo que el IRA denomina con el acrónimo TUAS -The unarmed strategy-, y que coincide punto por punto con la que se expone en el comunicado de ETA), los no nacionalistas nos veríamos obligados a aceptar una dictadura social abertzale, a emigrar del país o a adoptar formas -hasta ahora afortunadamente inéditas- de resistencia.

De todas las posibles salidas al problema del terrorismo, la que el Foro de Irlanda ha ensayado es la peor posible. Conduce directamente al enfrentamiento civil. En vez de reforzar la unión de los demócratas, Arzalluz y Garaikoetxea han decidido pactar con las organizaciones del abertzalismo antidemocrático. Que disfruten mientras puedan de las felicitaciones de todas las almas bellas. Han creído que lo de ETA tenía una solución como lo de Javier Clemente. Ni cese ni dimisión: rescisión bilateral del contrato. Ya se irán enterando de cómo suelen terminar estas bufonadas irlandesas, que diría Joyce. Por ahora, lo que se nos viene encima es suficiente para confirmar una verdad melancólica: los vascos no nacionalistas estamos solos en esta galaxia cruel y estúpida que algunos llaman Euskadi en honor a la brevedad. Ni en el PNV ni en EA existe vida inteligente.

Jon Juaristi es escritor.

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