El gran director italiano Gianni Amelio gana el León de Oro con "Così ridevano"
Sean Penn y Catherine Deneuve se llevan las copas Volpi a los mejores intérpretes
No hubo anoche en la sesión de clausura ninguna jugada con las cartas marcadas. Hubo seriedad y buen criterio en la casi impecable lista de premios, encabezada por el León de Oro a la magistral, pese a su final alargado, Cosí ridevano, de Gianni Amelio, uno de los más grandes hombres del cine moderno. La superioridad de Sean Penn en su genial creación en Hurlyburly era clamorosa. Y sólo nos queda la sombra de ver a Catherine Deneuve considerada la mejor actriz por un personaje hueco que resuelve como una gran profesional, pero nada más.
Fue completamente justo, además de inesperado para los quinielistas y rumoreadores, el Gran Premio Especial del Jurado a la película rumana El final del Paraíso, dirigida por el veterano, desconocido en España, Lucian Pintilie. Es cine de fuste, veraz hasta el límite de posibilidades del realismo, de estirpe cercana a la ganadora del León de Oro y, como ella, comprometida de pies a cabeza con la inextinguible vocación del cine que merece la pena para desvelar a la gente oprimida los mecanismos de la opresión y convertir a la lucha por la libertad en una fuente de caudal inagotable, que no se acaba con la istauración de democracias en los países devastados por dictaduras, sino que se reanuda incesantemente e incluso se acrecienta su necesidad con esa instauración, que es lo que también a su modo da cuerpo a la gran ausente de esta lista de premios: la durísima y magnífica Bulworth, de Warren Beatty, ante la que ya sólo nos queda darle el premio de quitarnos el sombrero.Que Emir Kusturica se llevaba con Gato negro, gato blanco un premio significativo estaba cantado, pero que éste fuese el dedicado a la mejor dirección es un indicio de solvencia en los criterios del jurado presidido por Ettore Scola, porque distinguir a su película como conjunto, siendo bastante desordenada y estando construida sobre un guión apelotonado y arrítmico, hubiera sido excesivo. El célebre cineasta bosnio borda su elocuente trabajo de dirección, pero lo hace sobre una materia en exceso descriptiva y narrativamente embarullada, poco consistente y mal membrada desde la escritura.
Personaje pobre
Algo parecido a lo que puede reprocharse a la concesión de la Copa Volpi a Catherine Deneuve: un gran ejercicio de profesionalidad el de la gran actriz francesa, pero lastrado por la completa inconsistencia de un personaje artificioso y pobre, que ya está muerto en los papeles de la rutinaria escritura de Nicole García, que también es la directora de la mediocre Plaza Vendôme.Basta para ponerlo en evidencia con cotejar las habilidades de Catherine Deneuve con la estremecedora fuerza que Sean Penn extrae, y a la vez, proporciona a su personaje en Hurlyburly, que está totalmente vivo en el guión y esto permite al actor estadounidense multiplicar su arrastre en la pantalla.
La creación que Sean Penn lleva a cabo en esta cáustica y dolorosa comedia, que él personalmente convierte en tragedia sirviéndose de su absoluto dominio del basamento escénico, que durante años ha interpretado en los escenarios estadounidenses, puede considerarse como una de las mejores interpretaciones que se han visto en el cine reciente.
El premio al mejor guión podría haber ido a parar también a este buen filme norteamericano, pero que se lo haya quitado de las manos nada menos que Eric Rohmer con Cuento de otoño es música que no disuena aquí en los oídos de nadie. El director francés es un insuperable escritor de cine, y una vez más vuelve a ponerlo de manifiesto. El eminente y anciano cineasta francés sigue a los 80 años teniendo las arterias cerebrales de un veinteañero. Merece un párrafo el premio de la Presidencia del Senado italiano a la película iraní, dirigida por el cineasta kurdo Maohsen Makhmalbaf. Tiene defensores y detractores, unos y otros a ultranza, esta pequeña obra de cine poético, de orfebrería cinematográfica minimalista. El rechazo lo produce que carece de relato interior, y esto es injusto, porque El silencio no pretende narrar nada, sino componer pura música visual, construir una metáfora sonora no narrativa, y lo consigue con una economía, un buen gusto y una delicadeza notables, a prueba de aburrimiento, pues la pudorosa, cortísima, duración del filme no permite el paso al bostezo, lo que indica que su poeta-director-compositor está muy cerca de encontrar exactamente lo que busca, que es muy humilde pero bello.
El resto de la pedrea de galardones venecianos tiene también toda la pinta de ser impecable. El tiempo lo dirá. Pero por ahora no resulta arriesgado afirmar que esta -con esa aludida sombra que aporta el premio a Catherine Deneuve- sanción final del jurado de la Mostra 98 es una de las listas más equilibradas y más convincentes que se han oído en los grandes festivales internacionales durante los últimos años.
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