La lealtad y la confianzaJOSEP RAMONEDA
El Foro Babel, el club Arnau de Vilanova, la Fundación Barcelona, la propia Convergència a través de la tripartita Declaración de Barcelona, y ahora el PSC: es año de documentos y manifiestos. ¿Qué tendrá Cataluña que todos quieren escribirle el guión? Lo más fácil es recordar que estamos en año preelectoral y que todos están tomando posiciones. A base de aplicar lecturas tan reduccionistas a las motivaciones de los políticos, acabaremos contribuyendo a que su labor se haga insignificante por estrictamente táctica. Han pasado 20 años desde que se pactó el guión constitucional y estatutario que nos ha conducido hasta aquí. Han cambiado las circunstancias, las relaciones de fuerzas y la propia estructura del país. El nacionalismo convencional tiene cierta tendencia a la foto fija: hay en algún lugar, en algún mundo ideal, un retrato de Cataluña al que tenemos que adecuarnos paulatinamente hasta alcanzar la plenitud, es decir, la correspondencia plena con la foto. Pero las sociedades son dinámicas y la nación no puede ser nunca una realidad anterior o preconfigurada de lo social. Es la vida en sociedad la que encuentra formas de expresión, una de las cuales es la voluntad de compartir en términos de nación. El nacionalismo más ideológico ha recurrido al pragmatismo para hacer compatible el mantenimiento de la esfinge de la bella dama patria con la evolución natural de la sociedad. La suma de ideologismo y pragmatismo ha dado la cultura de la queja y de la desconfianza que ha caracterizado un país en el que algunos temas se han mantenido largo tiempo como tabúes y en el que cualquier discrepancia sobre lo esencial era motivo de sospecha. El modelo era eficaz mientras la autonomía era débil, los recursos escasos, y los símbolos y las banderas la manera de demostrar que se existía. Pero ahora no basta. No basta porque la sociedad ha cambiado y las relaciones de poder internas no son las mismas que entonces, no basta porque las potencialidades de la autonomía son altas y el victimismo ya no cuela, y no basta porque, en la medida en que el desarrollo estatutario y constitucional ha tocado techo, hay que superar los eufemismos de principios de la transición y plantear con claridad una nueva articulación política de España. Por estas razones, y no sólo por motivos de coyuntura, proliferan los manifiestos. Unos piensan que hay que seguir repitiendo la doctrina de siempre para que la ciudadanía no se descarríe y otros que hay que darse cuenta de que el mundo ha cambiado para todos, también para las naciones sin Estado. Se ha dicho a menudo que estos temas no se discutirían si Cataluña no fuera un país en precario. Quizá sea verdad pensando en categorías del pasado. Pero cuando incluso la emblemática Francia se pregunta ¿qué es?, es absurdo enrocarse en conceptos del pasado ajenos a los cambios de escala que el mundo vive. El PSC ha presentado su manifiesto: Per Catalunya. Cuenta Maragall que Carod-Rovira le dijo: "Vosotros todavía estáis en el escolta, Espanya, nosotros estamos en el adéu, Espanya". Tengo la impresión de que lo más importante del documento del PSC, que por otra parte reproduce cosas ya dichas por este partido, es que por fin define una propuesta que ni está en el terreno del pujolismo ni está limitada por las reglas estrictas del autonomismo del PSOE. Si en el terreno de lo global tiene la virtud de demostrar que el PSC pretende ser alternativa y no una simple alternancia, en el terreno de las afirmaciones concretas, donde las novedades conceptuales son escasas, me resulta especialmente atractivo el uso de categorías más propias de la convivencia cívica y de la cultura republicana de la ciudadanía que del lenguaje político usual, como son la lealtad y la confianza. Dos categorías que se acercan al lenguaje propio del candidato Maragall. Son malos tiempos para evocar las virtudes republicanas. Pero aunque la vida nos haya hecho escépticos y la desconfianza sea una sana defensa contra los excesos de los que tienen poder, una sociedad sólo puede tener una vida democrática activa si se practica la lealtad entre instituciones y se parte del principio de confianza, es decir, de que la vida colectiva no puede ser un continuo proceso de intenciones. La lealtad y la confianza les sirven a los socialistas para hacer del federalismo algo más que una cuestión técnico-política y darle cierta dimensión cultural. Por lealtad hay que decir las cosas por su nombre y no hacer del eufemismo y de la ambigüedad un arte; por confianza hay que aceptar la diferencia, pero no para fragmentar el país, sino para fomentar la cultura democrática, que es la forma civilizada de integración y cohesión social. A estas alturas de la película, me parece exigible por parte del resto de España que los catalanes digamos hasta dónde queremos llegar y abandonemos el juego de las medias verdades y de la desconfianza permanente. Y por la misma razón Cataluña tiene derecho a exigir a España que, para utilizar una expresión de Maragall, "se mire en el espejo". Como todo manifiesto, el del PSC tiene pretensión de universalidad, de ser el marco referencial que pueda conseguir el status de "consenso consolidado". Sin embargo, por fin han definido una propuesta que es alternativa y no subsidiaria del terreno de juego definido por Jordi Pujol. Si los manifiestos proliferan es porque en todas partes, incluida la propia Convergència i Unió, hay conciencia de final de periodo. Veinte años es una generación. Un tiempo razonable de vigencia de un pacto constitucional. Los socialistas proponen revisar el pacto de la transición a la luz de la experiencia vivida para mejorar el encaje de Cataluña en España. Es bueno que se vaya rompiendo el tabú de la Constitución. Todas las cosas son mejorables, la Constitución también. Se habla mucho de una lectura abierta de la Constitución para evitar modificarla. Mejor invertir el proceso: renovar la lectura del marco político español y si, como consecuencia de ello, es necesario, cambiar la Constitución. Sin miedo, con lealtad y confianza. El manifiesto del PSC tiene ciertas similitudes con el que días atrás divulgó la Fundación Barcelona, aunque ambos acaben haciendo las concesiones retóricas a la familia ideológica: el PSC a la distinción entre catalanismo conservador y catalanismo popular y progresista; la Fundación Barcelona a algunas claves del discurso identitario. Pero la diferencia principal entre ambos podría explicarse a partir del principio dime de qué presumes y te diré lo que no eres. El PSC pone todos los acentos en la cuestión catalanista, que es el ejercicio que, por influencia del partido régimen, considera pendiente de aprobar, y sólo dedica referencias a la cuestión del Estado de bienestar, cuya defensa se le supone. Al contrario, el manifiesto de la Fundación Barcelona rebosa socialdemocracia, para explicar la necesaria transformación del nacionalismo. La conclusión en forma de pregunta: ¿qué necesita esté país para ser normal, un marco referencial aceptado por todos o simplemente una derecha y una izquierda como cualquier sociedad moderna?
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