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55ª MOSTRA DE VENECIA

Capítulo de quinielas o pufos sin una favorita

No hay para la gala de esta noche en el palacio del Lido de Venecia una indiscutible película favorita para el León de Oro. La calidad del concurso de esta nueva excelente Mostra de Felice Laudadio se ha disparado hacia arriba en las últimas jornadas del festival, pero no se ha visto estos días esa obra rotunda, ese golpe de gran cine que crea unanimidad, por lo que las quinielas de la víspera abarcan media docena de títulos.Entre ellos están, además de Bulworth, de Warren Beatty, y Los amantes del Círculo Polar, de Julio Medem, el pequeño y delicadísimo poema El silencio, pura orfebrería visual dirigida por el iraní kurdo Mohsen Makhmalbaf, y, por supuesto, el Cuento de otoño, de Eric Rohmer.

Y están también la gran intensidad emocional de Così ridevano, de Gianni Amelio; la punzante fuerza que el actor estadounidense Sean Penn proporciona a la demoledora Hurlyburly; el arrollador ejercicio de inventiva con que Emir Kusturica nos envuelve en la deliciosa atmósfera gitana de Gato negro, gato blanco; la aparentemente distante, pero estremecida, defensa de los hombres libres con que el rumano Lucian Pintilie mueve la andanada antimilitarista de El final del paraíso; la hermosura de la creación coral de las actrices del Abbey Teathe de Dublín, encabezadas por Meryl Streep, en Bailando en Lughnasa; y el adorable recital de sí misma que Emily Watson da en Hillary y Jackie.

Mediocridad

Y suenan también en esta edición de la Mostra de Venecia dos temibles pufos de la mediocridad disfrazada de cine: La nube, de almíbar argentino, con que Fernando Solanas amenaza con embaucar a algún que otro miembro del jurado del festival que esté verde sobre cómo funcionan las tripas del falso cine, y la película, con olor a bakalao alemán, Lola corre, que es una especie (para entendernos) de Airbag minimalista centroeuropeo que, vestido de vanguardia, está levantando furores taquilleros en la chiquillería pija y alborotos de entusiasmo entre los adictos al malditismo, a las quietudes mentales del cine de tebeo y al analfabetismo cinematográfico de los profetas del videoclip.En el jurado del certamen está metida la posmoderna californiana Kathryn Bigelow, así que hay razones para echarse a temblar, a no ser que el presidente del jurado, el cineasta Ettore Scola, descargue un puñetazo de orden sobre el tapete del debate final.

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