Bajo la bandera yugoslava
Emir Kusturica, nacido en Sarajevo en 1954, cuando Yugoslavia era un país unido, no puede poner un pie en su ciudad natal desde el estreno en 1995 de su película Underground, considerada por sus compatriotas bosnios como un filme proserbio. "He sido una víctima ideológica de esa guerra, porque decidí vivir bajo otra bandera, la yugoslava", dijo ayer un Kusturica claramente satisfecho de la acogida recibida en la Mostra de Venecia por su última película, Black cat, white cat (Gato negro, gato blanco), presentada a concurso en este festival bajo la provocativa bandera yugoslava. La película comenzó siendo un simple documental sobre una boda gitana, "pero en un momento dado pensé que podía construirse sobre el material una verdadera película. El guión escrito es un tercio de la película y el resto se improvisó", reconoció ayer en su comparecencia ante los periodistas.El propio Kusturica resume su película como "una historia de gitanos, un pueblo que conozco muy bien porque los primeros 10 años de mi vida los pasé en Sarajevo jugando con niños zíngaros. Son gente con un sentido estético admirable, aunque bordea el kitsch, y me han influenciado muchísimo". Llevando a la pantalla la vida caótica, pero colorista y a veces tragicómica de este pueblo, Kusturica se propone otorgarle una "dignidad" en discusión en tiempos de resurrección del racismo.
"Creo que podríamos aprender mucho de este pueblo", añade Kusturica, "que no necesita las armas para ser feliz, que con su sola existencia demuestra que hay una forma alternativa de vivir la vida. Yo me resisto también a pensar que el bienestar a la occidental y la Microsoft sean el máximo al que aspirar". En cuanto a volver a trabajar en América, el director yugoslavo no pone reparos aunque critica "el sentido militante del dinero", que domina en Estados Unidos.
Black cat, white cat significa para este hombre de aspecto sólido, que ayer se presentó en la sala de prensa coquetamente vestido de negro, "el reinicio" de una carrera cinematográfica que prometió abandonar tras las críticas suscitadas por Underground. La historia que aborda en Black cat está alejada de la política. "El destino de mi país lo abordé en mi película anterior", precisa Kusturica, que vive en estos momentos en París.
Aun así insiste en señalar que su elección de seguir siendo yugoslavo, pese a la división del país y a la guerra, "fue una decisión emocional que me ha dado la posibilidad de ser más libre de lo que lo son otros". Y añade: "Para mí Yugoslavia es un concepto cultural que me parece que existe todavía pese a las barreras y a las fronteras que se han levantado". ¿En qué idioma se expresa esta cultura?, preguntó alguién. "Si dijera lo que pienso, me atacarían de todas partes", respondió Kusturica, "lo que sí puedo decir es que yo hablo el serbo-croata".
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