La larga guerra de Kabila
Miedo, descontento, desapariciones y muerte de civiles en la zona bajo control de los rebeldes del Congo
ENVIADO ESPECIAL, "No se palpa el entusiasmo que desencadenó en el otoño de 1996 la revuelta de Laurent Kabila contra el dictador Mobutu Sese Seko. Ésta es otra guerra". "Desde que estalló la rebelión contra Kabila, el 2 de agosto pasado, en Goma (extremo oriental de la República Democrática de Congo, RDC), ha habido desapariciones y asesinatos de civiles, pero hay mucho miedo a hablar abiertamente"."No se puede decir que haya matanzas sistemáticas, pero sí que se están produciendo desapariciones y muertes de los que muestran oposición a las nuevas autoridades". Varias fuentes absolutamente independientes, que se niegan a ser más claramente idenficadas por ostensible temor a sufrir represalias del movimiento encabezado por los banyamulengues (tutsis asentados al este de Congo hace generaciones), confirman que también en el frente anti-Kabila oponerse tiene un precio muy alto.
Mientras la caza del tutsi desencadenada por Kabila en Kinshasa fue fotografiada y grabada en esa ciudad, a este lado de las líneas los responsables militares han evidenciado mayor astucia. Los teléfonos móviles no funcionan más allá del perímetro urbano de Goma y todas las comunicaciones están intervenidas, los teléfonos satélites y las fonías de las órdenes religiosas han sido incautadas y los desplazamientos de la prensa internacional están limitados y prácticamente no pueden salir de la ciudad salvo en visitas guiadas. Los intentos de verificar qué ocurrió a fines de agosto en Kasika, cerca de Uvira, en Kivu Sur, donde primero se habló de 34 civiles asesinados (entre ellos cuatro religiosas y un sacerdote) y después de 207, se estrellan contra el socorrido argumento militar de que "la zona no es segura". En Goma, todos los que en los primeros días de la rebelión se manifestaron en contra de ella ante las cámaras "han desaparecido", sin contar con el "reclutamiento forzoso" de jóvenes.
La presencia armada en las calles es tan ostensible que la propia radio rebelde, inflamada de retórica triunfalista, advirtió esta semana que los soldados no están autorizados a portar armas en Goma y que cualquier ciudadano que lo observe o sufra cualquier tipo de extorsión puede denunciarlo sin miedo. La emisión radiada no tuvo ningún efecto aparente. Pilar Fernández, alavesa de 69 años con 40 en la región, y Leonilda Lara, burgalesa de 64 y con 26 en Congo, carmelitas teresianas, sufrieron en propia carne la inseguridad reinante. "Llamaron a la puerta a las nueve de la noche. Pensamos que venían a avisarnos de un parto , y eran cuatro soldados. Apagaron las luces y, a punta de fusil, nos obligaron a tendernos en el suelo. "Dame los 50.000 dólares o te mato". "No teníamos tanto dinero, pero se llevaron los casi 7.000 dólares (algo más de un millón de pesetas) que había en la casa -3.000 para construir el muro del nuevo dispensario-, dos fantas que había en la nevera y un reloj. No sabemos si eran rebeldes o bandidos. Lo hemos denunciado, pero sabemos que el dinero nunca aparecerá", cuentan sin darle mayor importancia y el miedo olvidado.
Dicen que, por otra parte, las nuevas autoridades les han dejado tranquilas, al igual que a los otros dos españoles que siguen en Goma, el carmelita Celedonio Allende y el salesiano Honorato Alonso.
La ONU ha evacuado a todo su personal y sólo resta el Comité Internacional de la Cruz Roja -"a la espera de un permiso para visitar a detenidos y el frente", revela su delegado, Alex Kolly- y un miembro de la ONG Save the Children.
Si no fuera por el continuo trasiego de soldados con armas nada haría pensar que Goma es la capital de un movimiento rebelde en guerra abierta contra Kabila, el hombre que los banyamulengues, con la inestimable ayuda de Ruanda, llevaron al poder hace 15 meses.
Empleados municipales desatascan las acequias después de una noche de lluvia torrencial, los agentes de tráfico con sus vistosos uniformes amarillos mueven sus brazos, los bancos tienen sus puertas abiertas y las campesinas acarrean descomunales fardos de leña y carbón. Pero basta escarbar un poco, buscar la discreta confidencia, para que la mayor parte de la población reniegue del nuevo poder al que tachan de "tutsi y extranjero".
El Instituto Superior de Técnicas Aplicadas es un siniestro edificio de tres plantas que se quedó a medio construir. Sin tejado ni puertas ni ventanas, exhibe lamparones y vigas chamuscadas, paredes de fortuna hechas con tablones y ladrillos mal casados. Una ruina. Los alumnos parecen obreros ociosos, pero cualquier intento de tomar una fotografía desata una oleada de protestas:
-Hay que negociar. Hace falta un permiso para hacer la foto.
-Tengo el permiso.
-¿De quién?
-Del Gobierno. De los banyamulengues. El estudiante hace un inequívoco gesto de fastidio:
-Ése no es nuestro Gobierno.
Mientras tanto, en Addis Abeba (Etiopía), los ministros de Defensa de los seis países implicados en el conflicto (la propia RDC y sus aliados, Zimbabue, Angola y Namibia, a un lado, y Uganda y Ruanda, padrinos de los rebeldes, que no han sido invitados a la capital etíope, al otro), trataron ayer de ocultar la evidencia de que el alto el fuego anunciado en la cumbre celebrada el lunes en Zimbabue fue papel mojado. Los rebeldes anunciaron ayer que prosigue su avance hacia el oeste. Kabila, por su parte, admitió ayer que "la guerra será larga".
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