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55ª MOSTRA DE VENECIA

El desconocido Lucian Pintilie da una lección al célebre Abel Ferrara

El "niño prodigio" Steven Soderbergh presenta "Out of sight"

Expectación máxima, con histeria, bofetadas e intrusión policial en los accesos a la sala Palalido, en el pase de prensa de Hotel New Rose, del "genio" neoyorquino Abel Ferrara. Al final, el engorroso silencio que sigue al gatillazo, roto por algunos ferroces abucheos contra esta empanada mental. Detrás quedaba el recuerdo del cine exacto del rumano Lucian Pintilie en El final del paraíso.

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El director enfadado

ENVIADO ESPECIAL, Mientras tanto, en las discretas vitrinas del glamour, el ex niño prodigio estadounidense Steven Soderbergh, ya muy crecidito, logró entre arritmias y titubeos hacer olvidar en Out of sight los candorosos patinazos que siguieron a su prematuro, en realidad temerario, encumbramiento hace una década con la Palma de Oro de Cannes a Sexo, mentiras y cintas de vídeo.Soderbergh cuenta en Out of sight con tres apoyaturas que le ponen el (relativo, muy tibio) éxito en carambola muy fácil: la solvencia argumental de la novela negra de Elmore Leonard, un escritor serio; la hermosura y seguridad de quien, como Jennifer López, sabe que es capaz de tragarse cruda una cámara; y el tirón multitudinario del guapo George Clooney, que va de delfín del rey Harrison Ford, aunque anda al asalto del trono de gran macho de Hollywood sirviéndose de armas, estilo y hechuras imitadas de otro rey, ya muerto pero nunca destronado, Clark Gable. Tiene dotes el bello, y las manifiesta en su busca, orientada hacia lo Gable, de ironía dentro de sus durezas y de una - aún demasiado estudiada y no absorbida por el instinto- capacidad para transformar su eficacia fotogénica en una, todavía torpona, burla escéptica de su propia guapeza. Le faltan a Clooney muchos tragos, algunas arrugas y un par de palizas del destino, que amarguen su demasiado dentífrica prepotencia de papel couché.

Por otro lado, ya en la pelea del concurso, Abel Ferrara no nos hizo atravesar las espesuras de su Hotel New Rose: nos dejó encerrados dentro de sus feas y confusas estancias, desorientados y completamente hasta el gorro de su tortuoso y fatuo querer y no poder. El que fue vigoroso director de las atormentadas compresiones de Teniente corrupto y El funeral, se refugió ayer en una blandorra escaramuza dentro del llamado infierno milenarista, que está plagado de fabricantes de apocalipsis a la medida del pijerío de Manhattan; de camas sin humedades glandulares en las que Ferrara ejercita un pálido sexo de sacristía blasfema, y otras lindezas de laboratorio, derivadas del atracón de neuronas que por lo visto se están dando dentro del cerebro del ilustre cineasta los chutes del virus de la adulación y de la coca negra, con negro de sotana, que dicen, y parece verosímil, se está metiendo entre bostezo y bostezo. El cólico metafísico de este Abel que juega a ser Caín alcanza delirios de tosquedad. Cine inútil, opaco, tedioso, descerebrado y hueco como una jeringa vaciada en las moquetas de un éxito mal digerido. La contemporaneidad, el olor fétido pero fraternal del ser humano verídico, reconocible y creíble, entraron en las pantallas de la Mostra con El final del paraíso, conducidos con coraje y con mirada recta, colérica e indignada, por el rumano Lucian Pintilie, sólido cineasta, que desconoce la petulancia y los soeces ademanes gorrones de la exquisitez, en realidad vulgaridad, posmoderna. Cuenta una desesperada historia de amor entre una puta adolescente de vida airada y un mísero soldado con el orgullo puesto, que se subleva contra la bestial militarización que aplasta la gusanera de los arrabales de la Bucarest supuestamente democrática, donde, todavía machacada por el estalinismo residual, se compra y se vende todo, comenzando por la indignidad y los excrementos. La película arranca de una escena de choque, y parece que decae después, pero en realidad está tomando aliento y se prepara para elevarse vertiginosamente por una trepidante y emotiva escalada de sucesos cotidianos infames de sucia y turbadora surrealidad, pero en las antípodas de la fantasía: totalmente creíble, casi puntillosamente realista.

Noble película-puñetazo, la más interesante hasta ahora del concurso, junto a la irregular Rounders de John Dahl y la hermosa prosa del Cuento de otoño que nos contó Eric Rohmer el otro día.

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