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Reportaje:

20 horas de penosa travesía hacia la libertad

El deterioro del barco y la falta de combustible lastraron el viaje a Dakar de los marineros españoles

, La imagen del viento en la cara de un marinero en la proa de su buque es una de las más populares expresiones de la libertad. Pero el patrón del Briz III, Antonio Lozano, tenía el ceño más fruncido que nunca cuando al fin iba a alejarse de su retención en Gambia durante tres meses: el motor estaba a punto de gripar y los tanques de gasoil apenas contenían lo justo para llegar a Dakar, en Senegal, a menos de medio gas.

"Tenemos que salir de aquí por huevos", gritaba el armador, Ángel Fernández; "si volvemos atrás, no salimos". David, su hijo, había pasado la mañana buscando gasoil -también ayudó a pagar un soborno de 600 dólares a la autoridad portuaria de Banjul, que no quería dejar salir el barco sin ordeñar algo, y comprando gasolina para una patrullera de la Marina gambiana para llegar al pesquero, fondeado en mitad del río Gambia). Finalmente, compró cinco bidones de combustible en una gasolinera. El viaje más importante del Briz III, el de la liberación, lo hizo con combustible de camión.

Para Lozano y su compañero Domingo Pérez, el jefe de máquinas, el horror había comenzado en el mismo puente en el que ahora sudaban fondeados y zarandeados por la corriente. En la madrugada del 2 de junio la guardia costera gambiana le propinó una paliza al patrón del Briz III allí mismo, entre las esquinas grises de los desfasados aparatos de navegación rusos. Según él, incluso llegaron a ponerle el cañón de un fusil en la frente en el momento del arresto por la supuesta pesca ilegal.

"Cuando me despertaron y me dijeron que estaban pegando al patrón, creía que era un motín", aseguraba ahora, entre risas, Domingo. Los abusos y los golpes fueron constantes. Los militares gambianos sacaron varias cajas de gambas de la bodega y les obligaron a cocinárselas con arroz. Luego, a golpe de kalashnikov, les forzaron a acuclillarse y comer con las manos el guiso en un siniestro compartir. "Ahora que estamos fuera, quillo, se pueden decir todas estas cosas", farfullaba Lozano, preocupado por el escaso combustible.

Lo inconcebible para ellos continuó durante los primeros 28 días de su retención: todas las mañanas sentados en un banco de la comisaría. Allí vieron vejaciones sexuales a los presos, palizas sin motivo aparente, meter a empellones a los detenidos en celdas recién fumigadas..., lo que les ha marcado para siempre.

La diplomacia española, sin embargo, estaba el viernes muy preocupada por sellar sus bocas. El embajador, José María de Otero, les insistía con tono paternalista: "Pensad en que si agarran a otro barco se van a vengar". La diplomacia española ha apelado, sí, a los posibles efectos posteriores.

Los tres meses de inactividad habían hecho que el casco se recubriera de una maraña de crustáceos y una melena de plantas que aún le frenaban más. El viaje a Dakar, que debía haber durado unas seis o siete horas, duró 18. El Briz III era una calamidad marina. "No nos funcionaba uno de los motores auxiliares, el generador de electricidad daba subidas de tensión que amenazaban con acabar con los aparatos electrónicos y el motor principal tenía que refrigerarse con agua de mar porque no había dulce", comentaría luego López, tronchándose, a la salvaguarda de una opípara comida en un hotel de cinco estrellas de la capital senegalesa.

A velocidad de estrella de mar, el pesquero navegaba por un tranquilo Atlántico y Fernández pidió la cena: "Saca una caja de gambas y unas cervezas". El sustituto del cocinero no atinó con el punto de la cocción, pero no importó. Había demasiadas preocupaciones. Tantas que hasta era difícil disfrutar de la recuperada libertad.

Lozano llevaba casi seis horas de pie. Tenía que pilotar a mano. El giróscopo tenía problemas para encontrar el Norte. "Vamos como Colón, casi a remo", bromeaba Fernández, por la radio, con uno de los muchos barcos que faenaban por la zona. Casi todos, como el Briz III, son de capital y patrones españoles y bandera y marineros senegaleses.

La reducción de la flota en España con motivo de la reestructuración pesquera en la UE llevó a muchos a África. Una tierra a la que esta tripulación volverá pronto pese a la amarga experiencia. "No sabemos hacer otra cosa: sólo navegar y pescar", afirmaba López.

Casi 20 horas después de dejar al embajador español a bordo de su coche con aire acondicionado en Banjul pudo avistarse, al fin, Dakar. Ahora ya tienen confirmados para mañana, martes, sus pasajes aéreos a Las Palmas para enlazar con un vuelo a Madrid y otro a Sevilla, donde quizá puedan aterrizar hacia las ocho de la tarde. Concluye la odisea.

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