Liberados los pescadores retenidos en Gambia tras la intervención del presidente africano
ENVIADO ESPECIALAl final, todo se solucionó con una llamada de teléfono. El presidente de Gambia, el coronel retirado Yahiah Jammeh, llamó personalmente a primera hora de la tarde de ayer a la marina de su país para ordenarles la inmediata puesta en libertad de los dos marineros españoles del pesquero Brizz III retenidos desde junio pasado bajo la acusación de pesca ilegal. Está previsto que el barco zarpe con la primera marea de mañana con rumbo a Dakar (Senegal), desde donde la tripulación intentará conectar con el primer vuelo que aterrice en España.
Más de 90 días de tensión acabaron con una llamada de teléfono. El ministro de Exteriores español, Abel Matutes, confirmó personalmente a las esposas del capitán Antonio Lozano y su jefe de máquinas, Domingo López, que todo estaba solucionado. El Gobierno español, espoleado por una opinión pública cada vez más irritada con el incomprensible laberinto judicial en que estaban metidos los pescadores se decidió a actuar de una vez y también pegó un telefonazo a Banjul.A pesar del final feliz de una pesadilla que empezó el 3 de junio, la de ayer fue una de las jornadas más duras para los pescadores retenidos. Por la mañana temprano, el armador Ángel Fernández y su hijo David se trasladaron al despacho de su abogada en Banjul, Idah D. Drammeh, que les heló la sangre tan pronto como se sentaron en los butacones de su despacho. "A ustedes les han tendido una trampa", les espetó la letrada.
El pasado jueves, los dos marineros habían admitido en el juicio que navegaron por aguas gambianas con las estructuras que sostienen las redes desplegadas, pero no se declararon culpables de pesca ilegal. Según el veredicto, que estaba pactado de antemano tras una infinidad de reuniones privadas, el armador debía pagar un millón de dalasis (unos 15 millones de pesetas) por la liberación de cada hombre, o de lo contrario éstos acabarían encerrados durante cuatro años.
Dicho y hecho, se pagó la multa, pero entonces, y ahí está la trampa aludida por la abogada, el ejecutivo gambiano decidió utilizar la asunción de culpabilidad de los pescadores y reservarse el derecho no sólo de revisar la sentencia, sino de exigir 180 millones más de multa.
Llorando de impotencia, Fernández y uno de los marineros regresaron al hotel. Si se revisaba la sentencia y se aumentaba la multa, no había dinero para pagar y Antonio y Domingo irían a la cárcel. Además, habrían perdido los casi 40 millones de pesetas ya pagados y obtenidos a través de un crédito avalado con los bienes del armador. No hay que olvidar que también perdieron su modos de ganarse el pan: el barco.
En medio de este pesimismo, la abogada propuso que la única solución factible y rápida a este conflicto podría venir por la vía diplomática. Si se evitaba la revisión de la sentencia, ésta seguiría vigente y por tanto los hombres y el barco podrían abandonar Gambia. Cualquier otra medida habría supuesto enzarzarse en una batalla legal en los tribunales gambianos, que podría haber supuesto muchos meses y millones de pesetas.
Máxima ansiedad
El embajador en Gambia, José María de Otero, se había entrevistado por la mañana con el secretario permanente de Exteriores gambiano, William Joof, que prometió contarle los avances de la negociación por la tarde. De Otero esperó sentado en el hotel Sunwing, donde también se hospedan los pescadores, fumando un cigarrillo tras otro a la espera de una llamada que nunca llegó. Sin embargo, horas más tarde, el enjuto cuerpo del propio Joof llegaba a buscarle a bordo de un coche oficial. El presidente de Gambia había tenido la reacción deseada por las presiones españolas y dejaba en libertad a los dos tripulantes de la embarcación. Ni el armador ni los marineros se acababan de creer lo que sucedía, especialmente minutos después de pensar que lo habían perdido todo. En un momento de tensión, uno de ellos propuso zarpar en cuanto tuvieran los pasaportes. Bien sabía que no le quedaba gasoil en los depósitos, pero daba igual. "Ya nos remolcará alguien", aseguró Fernández, esta vez disfrutando de una profunda calada de su enésimo habano.
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